5/6/09

Se rompió el encanto I


Los Sakurais somos personas que valoramos el orgullo, el honor y sobretodo el éxito. Mi madre es una mujer cegada por el poder y el éxito social. Es una de esas femme fatale fashion victim que mueve como desea a todo el mundo. Consigue, ante mi asombro, que cientos le rindan pleitesía. Su saber estar, belleza y frialdad la conjuran como Reina de las Nieves. Eternamente hermosa y eternamente fría. Sin embargo sus ojos azules son totalmente transparentes y de sus labios no podrás escuchar palabras groseras, o vulgares. Es toda una dama de alta sociedad, criada y educada para ello. Triunfadora y aparentemente independiente dirige varias ONG. Aún recuerdo cuando era niño y caminaba con ella de la mano, todos los hombres se giraban hasta que sus tacones dejaban de resonar. Mi padre decía que estaba creada para envenenarte, asfixiarte en su dulce aroma y terminar la jugada entre sus manos de porcelana. Ella al casarse automáticamente se volvió una más de este clan de legendarios samuráis.

Mi hermano es un niño algo infantil y carece de timidez. Es un aficionado de la cultura japonesa, aunque jamás pasaría por un asiático sino por un mestizo. Al contrario que yo él tiene los ojos de mi madre con los rasgos de padre. Su sonrisa es dulce y su forma de manipularme es idéntica a mi madre. Convence únicamente con una mirada y un gesto. Tardó en hablar porque era un consentido, conseguía cualquier cosa sólo con señalar. Es un apasionado del deporte, sobretodo de la velocidad. De palabras de mi padre: Un Sakurai siempre queda seducido por la sensación de las carreras. En ocasiones lo encuentro llorando, es enclenque y algo bajo para su edad. Los niños pueden ser muy crueles, sobretodo los de clase alta.

Mi padre, no puedo describirlo. Para conocerlo tienen que desgranar palabra a palabra de esta novela. Él es quien causó el cambio, quien dejó a mi madre por un hombre y comenzó una vida lejos de nuestro hogar en el mismo corazón de la ciudad. Entendí que el amor se quebraba, que era fágil, y no duraba eternamente. Supe que nada dura eternamente y eso me asustó. Jamás había salido con una chica más de unas semanas y tras aquello quedé confuso, decidí no mantener relaciones duraderas hasta que encontrara la persona apropiada. Sin embargo terminé defraudándome.

Aquí comienza la historia, lamento haber realizado este autorretrato general pero lo veía necesario. Fue antes de las vacaciones de Navidad cuando veía demasiado extraño a mi padre. Cada día faltaba más a casa, las vacaciones no las deseaba próximo a nosotros y se inventaba pequeñas excusas. Mi madre no lo notaba, todo por el bien de la campaña electoral y por el bien de la ciudad. Sin embargo, al ser un hombre que representaba valores clásicos, por no decir de pura derecha, resultaba insólito. Un día cualquiera estalló la bomba y yo no estaba entre las cuatro paredes de aquella casa victoriana.

Había acudido a mis cinco horas de entrenamiento en artes marciales, al ser sábado tocaba Akidõ y Taekwondo. Era un experto en ambas especialidades, amaba la lucha como las carreras ilegales de motos. Mi madre desconocía lo segundo, mi padre siempre evitaba preocuparla. Al regresar me encontré la casa en silencio, demasiado en silencio. Mi madre solía escuchar música clásica mientras trabajaba, decía que la inspiraba y relajaba mentalmente evitando tensiones.

-Onii-chan.-murmuró mi hermano bajando por las escaleras para correr hacia mí y abrazarse.-Mamá está enferma, no quiere salir de la cama y ha echado a todo el servicio. Dice que no tiene ganas de soportar sus caras ¿qué le pasa?-preguntó mi hermano que aún tenía once años, era un niño y ese tipo de comportamientos no era habitual en ella.

-Hero, quédate en tu cuarto.-él asintió a mis palabras y se marchó a su habitación, quizás para ver la televisión o leer algún comic nuevo.

Subí por las escaleras y dejé mi bolsa de deportes en el mi cuarto. He de decir que es un campo de entrenamiento. Tengo saco de boxeo, cinta para correr, pesas y varias katanas. No obstante también se encuentra una batería, una cama, varias estanterías repletas con libros de literatura oriental y de tácticas militares. Las paredes están recubiertas de poster de motos y coches, varias medallas colgadas en un tablón y trofeos regados entre la mesa del ordenador donde se encuentra mi portátil. Mi cuarto es un desastre y pensé tumbarme en la cama, pero mi madre me preocupaba. Así que simplemente añadí al desastre un grano de arena, mi ropa sucia.

-Mamá.-dije en un tono algo elevado por el pasillo.-¿Mamá?-interrogué entrando en su cuarto tras golpear en la madera.

El mundo se cayó sobre mis hombros y me sentí un Atlas enclenque. Mi madre estaba arrojada en la cama con el pelo desatado y su maquillaje estaba difuminado por el rostro. Sus uñas perfectas estaban clavadas en la amolada y la escuchaba sollozar aún. Respiraba algo agitada y al observar la habitación noté que la foto de la boda estaba manchada de vino y descolgada. No sólo eso, su ropa estaba hecha jirones y únicamente vestía su ropa interior. Me senté al borde de la cama y acaricié sus cabellos, ella entonces notó mi presencia y se apartó cubriéndose.

-Hizaki.-susurró intentando apartarse de mí, de mi mirada.-Vete, vete del cuarto y cuida a tu hermano.-observé la mesilla en un rápido ojeo y había un bote naranja abierto, lo conocía bien. Eran tranquilizantes, su voz sonaba como ida y su sonrisa estaba deforme.

-Mamá ¿qué ha pasado? ¿y papá?-hice una mala pregunta sin duda, sus ojos eran un volcán y sólo se arrojó sobre la almohada llorando desesperada.-¿Mamá?

-¡Vete! ¡Vete como él! ¡Hazme daño! ¡Eres igual a él! ¡No te quiero cerca! ¡No te quiero cerca hoy! ¡Ni a ti ni a Hero! ¡Lárgate ahora!-mi madre no gritaba, no era de ese tipo de personas, y en ese momento era una fiera.

-No me voy a ir.-susurré y le di la vuelta para que me mirara.-¿Qué ha hecho papá?

-¡Tu padre es un cobarde! ¡Un desgraciado! ¡Me ha dejado! ¡Me ha dejado porque ya no me quiere! ¡Me ha dejado por un niñato desteñido!-esa información me dejó en silencio, quería calmarla pero no sabía y mucho menos al descubrir la verdad.

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