21/4/10

Volvernos a encontrar III


-¿Te va la vida en ello? ¿Eres mi pareja para que eso te preocupe? ¿Tú eres la madre de mi hijo? No, a todo es no.-dije mirándola fijamente.-¿Por qué te interesa tanto mi vida? ¿Te puedo preguntar yo por la tuya?-la chica se quedó atónita.-¿Cual es tu condición sexual? ¿Te gusta ser pasiva o activa en la cama? ¿Es cierto que te has follado al cámara? ¿Es cierto que le eres infiel a tu novio de toda la vida con su hermana? ¿Estás embarazada? ¿Abortaste alguna vez? Responde.-la chica sólo se echó a llorar porque algo de todo aquello le afectó.-A nadie le gusta que mientan sobre su vida, que urgen en ella.-susurré bastante sereno.-Dejen de estar aquí en mi puerta si no es para preguntarme cuales son mis nuevos proyectos.-una nueva lluvia de flash cayó sobre mí.

Nada más entrar en mi piso me desnudé, desconecté los teléfonos, y me metí en la bañera. Esta vez necesitaba quedarme ahí metido un buen rato. A pesar que era estrecha me hacía el apaño. Había tomado esa costumbre de mi madre. Ella siempre decía que para relajarse lo mejor era un baño con esencias. Desde que puse en práctica su consejo no he podido dejar de hacerlo, porque realmente funciona. Claro que yo no pongo velas aromáticas, ni enciendo incienso y mucho menos pongo música relajante tomando una copa de vino. Yo soy más simple. Me conformo con tener sales con aroma a mar y que el agua esté tibia.

Pasé una hora en la bañera. Una hora intensa. Dejé mi mente en blanco y me dediqué sólo a clavar mis ojos en el techo. Fuera aún seguían los fotógrafos. Sabían que Olivier vivía cerca, también que regresaría. No sabía si mi padre pondría manos en el asunto o me haría pagar una lección muy cara. Si bien, al salir de la ducha me fijé que la policía despejaba la zona. Decían que obstruían el tráfico e invadían la propiedad privada. Yo observaba todo sorbiendo una taza de té de albaricoques recién hecho.

-Que os jodan.-murmuré bajo para ir hacia el sofá y tirarme a lo largo.

Puse una película algo antigua. Era un canal que sólo emitían clásicos. Todas eran en blanco y negro o al menos de antes de los ochenta. Me divertía ver ese tipo de cine, era un cine más creativo aunque con menos medios.

La película era El Gabinete del Doctor Caligari, una joya de los años veinte del cine mudo expresionista alemán. El doctor inducía a su victima en un estado inconsciente para que cometiera crímenes atroces, era una reflexión sobre lo que hacía el Estado con el pueblo. Sus decorados parecen amedrentar al espectador, pero para mí es simplemente arte en todos los sentidos. Fue algo que me alegró el día, además después emitieron Luces de la Ciudad de Charles Chaplin. Podría considerarse una historia de amor sin más, pero más bien de superación y deseo. Cuando me di cuenta la hora del almuerzo se había pasado.

Pedí una pizza y unos refrescos, no quería cocinar pero tampoco quería salir. Sabía que hurgarían mi basura, el restaurante donde me sirvieran cualquier cosa y sobretodo después analizarían mis hábitos alimenticios. Si querían saber lo que comía que hablaran con el pizzero.

Cuando llegó la pizza tuve que mirar varias veces por la mirilla, aún seguía con el presentimiento que ellos seguían por aquí. Pagué en efectivo y le di propina, después me tiré de nuevo en el sofá. Seguía en toalla y no me vestiría en todo el día. Acabé por quitármela y caminar desnudo por la casa. Iba de un lado a otro con mi libreta anotando ideas para la novela. Quería mejorarla, mejorar el detalle del mundo que había creado y terminarla de alguna forma que se pareciera a la realidad.

Nada más caer el sol empecé a elaborar la trama. Mejoré muchas, al menos así lo vi, y luego decidí echarme a dormir hasta la mañana siguiente. Él llegaría, estaría a mi lado y todo lo que había sucedido se arreglaría. Estábamos acercándonos y de alguna forma quería quedarme bien pegado a él para siempre.

Serían las siete de la mañana cuando me preparaba un café. Necesitaba estar despierto un par de horas más, para luego dormir todo el día hasta la tarde. Mientras me servía una buena taza escuché el timbre de mi puerta. Dejé la taza en la encimera y fui hacia la puerta. Me preguntaba quién podía ser a esas horas, pensé en Paulo de inmediato. Sin embargo al mirar por la mirilla la vi a ella.

-¿Qué haces aquí?-pregunté.

-Vengo a que me mires a los ojos y veas en ellos que soy inocente. Jamás permitiría que mi identidad surgiera a la luz. Tendré al pequeño como acordamos, no quiero nada tuyo y menos esto que cargo.-decía aquello como si fuera un quiste en vez de nuestro hijo, una mera transacción.-Quiero casarme con mi novio y esto haría que me dejara.

-¿Tienes la conciencia tan revuelta que has tenido que venir a estas horas a mi casa?-interrogué molesto. No creía nada de lo que decía, ya había conocido en otras ocasiones sus mentiras.

-Hizaki sé que no he sido del todo sincera.-murmuró tomándome de las manos y las puso sobre su vientre.-Él es tuyo, por mucho que me duela que no sea de mi futuro esposo. Yo te quise Hizaki, eras mi mejor amigo y me dejé llevar. No me arrepiento del todo de ese día porque tengo algo para ti, algo que sé que te hace sentir orgulloso. Es algo que no dañaría ni usaría en tu contra.-no sabía que creer, sin embargo estaba reacio a creerme cualquier cosa de esa mujer.

-Anne ¿cómo saben que voy a ser padre entonces?-dije apartando mis manos de su vientre, pero ella volvió a colocarlas.

-Creo que es hora de ser sincera.-murmuró.-¿Puedes dejarme entrar?-susurró.-Por favor.

-De acuerdo.-me aparté de la puerta y le di vía libre para que entrara.-Siéntate en el sofá.

-Gracias Hizaki.-dijo antes de ir directa hacia el salón para tomar asiento.

Al cerrar la puerta vinieron todas las imágenes que intenté contener todo aquel tiempo. Ella y yo. Nuestra amistad pasó por mi mente como si fuera un film barato de sobremesa, esas películas estúpidas basadas en hechos reales. La conocí como camarera, después fuimos teniendo una leve amistad y por último esa tarde. Aún podía sentir sus pechos entre mis labios, escuchar su respiración agitada como sus gemidos, y ese calor que emanaba de entre sus piernas. Ese maravilloso, y desafortunado momento, en el que engendramos a nuestro hijo.

-Dime.-dije sentándome junto a ella.

-Estaba confusa aquella tarde.-murmuró.-Quería tenerte a mi lado, tenerte para mí, y a la vez no deseaba dejar a mi novio. No sabía a quién amar.

-Claro, la víctima.-mascullé en un tono desagradable.

-No, la víctima es él.-dijo acariciando su vientre.-Pero sé que serás un buen padre.

-Es mío.-dije de forma seria.-Me llego a enterar que te vas con mi hijo y lo cría otro y te juro que terminaría en prisión, porque sé que no me controlaría. No quiero responsabilidades, no me gustan, pero eso que llevas ahí es mío.

-Lo sé Hizaki.-susurró.-Por eso jamás te dañaría, tú vas a cuidar de alguien que también me importa. Sin embargo, soy egoísta y quiero lo mejor para mí. Lo mejor para mí no está con él, no está aquí, está en Japón esperándome.

-Eres una inmadura.-murmuré.-¿Eso es todo lo que tenías que decirme?

-Eso y que en una hora y media tengo cita en el hospital.-dijo levantándose.-Voy a realizarme una eco de control y algunos análisis. Todo es para tener controlado el embarazo, ya sabes que es necesario tener vigilado como está el feto.-musitó con la mirada baja.-¿Realmente ahora estás con ese hombre?

-¿Te importa? Creo que no es tu vida.-me levanté quedando frente a ella.

-Jamás pensé que te gustaran los hombres.-se giró y se marchó hacia la puerta.

Yo la seguí abriéndosela. No sabía si ir con ella o no, pero ir con ella sería un riesgo. Realmente no quería perderme ni un segundo de la vida de mi hijo. Quería controlar todo lo que sucedía entorno a él.

-Llámame cuando salgas del hospital y cuando tengas los análisis de todas las pruebas.-dije apoyado en el marco de la puerta y ella tan sólo asintió.

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