30/6/09

De los errores se aprende I




Capítulo 3: De los errores se aprende, unas veces más y otras menos

Durante semanas estuve saliendo con Mario como acordamos. Él tenía sus noches románticas y no me acosaría. Aunque he de ser sincero, me volví fiel. Se lo aclaré, que realmente no buscaba sexo en otros y únicamente en él. Se sintió halagado y fortalecimos el pacto. Sin embargo, comenzó a dejarme de lado. A veces no quería quedar, decía que tenía demasiados exámenes y era falso. Sin embargo, pensé que llegó el momento para él de tomarse su tiempo. Todos necesitamos momentos de soledad, quien diga que no miente o nunca ha meditado a solas.

Cada vez que quedábamos teníamos discusiones. Él quería verme más antes, pero se volvió gritos por hacer coincidir cuando ambos podíamos. Eso me confundía. Que dejara de estar sobre mí me dolía en parte, sólo en parte. El sexo era ocasional y al ser fiel a él me estaba desesperando.

Un día habíamos quedado a las seis de la tarde en una pizzería, tomaríamos algo y después iríamos a caminar por la ciudad hasta decidir qué hacer. No era un plan sumamente detallado, pero habíamos hecho planes. Me dijo que no podría al final, me llamó y canceló la cita. No entendí porqué. Era sábado, teníamos más tiempo libre y él dijo que no porque no le apetecía.

Tuve una idea brillante, comprar la pizza y alquilar películas para verlas. No sería demasiado romántico, pero los títulos de los dvd prometían. Llevaba una camiseta que él mismo me regaló, junto con mi chupa de cuero y mis jeans algo caídos. Llamé a la puerta y nadie abría, se suponía que quería dormir. Sin embargo, tenía un as en la manga y recordé que solía guardar una copia de la llave en una maceta del pasillo. Lo hacía por si se olvidaba las llaves dentro.

Al abrir dejé la pizza en la mesa del salón, me quité el mp4 y entonces escuché gemidos. Eran audibles aunque leves, eso me crispó los nervios. Sentí que de mi cabeza creían astas. Ya no eran pequeños cuernos, sino que un venado tenía menos cuernos que yo. Fui hasta el dormitorio y lo vi con otro metido en la cama. Disfrutaba como no lo hacía ya conmigo y me harté. Retiré al cabrón que usurpaba mi puesto y lo apaleé hasta dejarlo inconsciente. Él salió corriendo pero terminé por agarrarlo de su melena rubia.

-Eres peor que una puta.-dije en un tono bajo, pero lleno de veneno y rencor.-Desgraciado de mierda.-nada más decir eso le pegué un buen puñetazo en la cara, tanto era así que mi único anillo rasgó su mentón.

-Por favor Hizaki.-balbuceó llorando. Momentos antes tan sólo había gritado como un loco.-Por favor, perdóname.-rogó acariciando mis deportes, deportes que estuvieron a poco de patearle la cabeza.-No sé que me pasa, cuando alguien al fin me hace caso yo…

-¡Tú eres una puta!-grité a pleno pulmón.

-Mi amor… yo.-cuando dijo mi amor yo levanté mi deportiva y pisoteé su mano.

-No me toques, no vuelvas a tocarme ni siquiera los zapatos. Eres basura, eres una gran mierda hedionda. No quiero que te acerques a mí.-mis ojos brillaban llenos de cólera y tomé la pizza y se la tiré encima, aún quemaba, al igual que los refrescos.

Agarré las películas y me fui. Eran alquiladas, las devolvería al día siguiente o cuando el enfado se pasara. Tenía que ir a mi lugar especial, tenía que volver al mirador. Pero entonces mi hermano pequeño me llamó al móvil, nada más salir del edificio.

-Hiza tengo sueño y no puedo dormir.-eso fue lo primero que me dijo, algo en mí se ablandó y dejé de pensar en mis problemas.

-Voy para casa, acuéstate en mi cama y ya voy.-dije con una fingida felicidad, una de esas que se inventan y meten en lata de sonrisas falsas.

-Onii-chan.-murmuró antes de cortar la comunicación.-Te quiero.

Sonreí y esta vez lo hice de todo corazón. No podía sentirme mal si él estaba, si estaba ahí. Mi hermano pequeño me daba las alegrías que no me daba nadie. Con una sola palabra conseguía que todos nos quedáramos escuchándole. Tenía un carácter a veces siniestro, por culpa de los genes de mi padre, sin embargo era dulce y cariñoso.

Caminé hasta casa, pude coger un taxi pero necesitaba pensar. Me fumé unos cuatro cigarrillos mientras observaba a las parejas pasar a mi alrededor. Todos tenían a alguien para amar, para disfrutar de la noche, y yo únicamente me había quedado con las ganas de matar a alguien.

Si bien, sabía que esa carencia me había llevado a esas consecuencias, a sentirme frustrado y solo. Además también de cornudo, con el honor por los suelos y también el orgullo. Apreté los dientes y seguí caminando con una colilla en los labios, el aire frío de la noche se pegaba a mi cara y ya era Marzo. Pronto llegaría la primavera y el mundo sería un hervidero de hormonas. No sabía realmente qué hacer. No volvería fácilmente a estar con alguien, eso me decía y estaba cien por cien seguro que no lo cumpliría.

El deseo de tener una pareja era natural en los adolescentes, yo no era una excepción. Quería un chico a mi lado que me dejara protegerle, darle todo y que él se dejara llevar. Me gustaba cuidar y dar cariño a mis parejas, aunque todo salía mal. Los chicos y las chicas de una noche, a veces de tan sólo una hora, me venían bien y nunca tenía problemas.

No llegué ni a pisar el salón cuando lo vi. Era mi hermano, se había dormido en las escaleras esperándome. Tenía una linterna entre sus manos y un peluche en sus brazos. Sonreí al verlo de aquella forma. Fui hasta él y lo tomé en mis brazos. La linterna cayó de su mano y se rompió, sin embargo él ni cuenta se dio. Seguía dormido profundamente, lo había logrado aunque prácticamente en el salón. Al llevarlo a mi habitación lo acomodé en mi cama, me saqué la ropa y me tumbé a su lado. Le di calor, ya que estaba helado, y él se pegó bien a mí.

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