
Al llegar al ascensor cerró la puerta de seguridad, marcó el piso tres e inició su juego. Mordisqueaba mi cuello y yo únicamente me aferraba su corbata. Cerré los ojos y mis labios produjeron leves gemidos entre suspiros. Ahora que lo recuerdo me siento idiota, un inútil, pero en ese momento me creía un Dios. El hombre del cual me había fijado hacía algo más de un año me hacía caso y de esa forma.
-Te haré mío.-susurró en mi oído y me quedé estático.
No, no quería. Parte de mí negaba que fuera a ser pasivo, no me veía en esa situación, pero él era experto en relaciones de ese tipo y yo un inexperto que se las afrontaba por primera vez. Busqué sus labios atrapándolos, lo besaba de forma alocada y una de sus manos se colocó sobre mi entrepierna.
-Ya llegamos.-se apartó de mí con aquella indicación, tiró de mí y me metió en una de las habitaciones.
Era un lugar barato, a un lado tenía un armario de esos desmontables y una barra americana que daba a una cocina. Frente a la puerta estaba la cama y junto a ella un televisor y un tocador. El televisor juraría que aún emitía en blanco y negro y el teléfono parecía de esos de catálogo de los ochenta. No es que hubiera imaginado que tuviera sexo alguna vez con un hombre, pero me imaginaba un lugar de alto nivel adquisitivo para alguien como yo. Iba a dar mi virginidad en un cuartucho que seguro que tenía cucarachas.
-Debo de irme, no me siento cómodo aquí.-me atrapó por las caderas y pude notar su erección, ya era tarde.
-No te vayas.-susurró besando mi sien, haciendo notar sus labios sobre mi piel y creándome un latigazo por toda mi columna vertebral. Ese latigazo de nerviosismo y excitación. Su colonia se hacía presente en mi ropa, quería huir y a la vez quedarme.
-Llegaré tarde a la fiesta.-dije como excusa barata.
-Te amo.-al decir aquello sentí como si el tiempo se detuviera. Nunca me habían dicho esas palabras, nunca. Buscaba en realidad alguien que lo hiciera de forma sincera, alguien que me amara sin importar su sexualidad o su posición en la cama. Quería un apoyo firme, nada más.
-¿Lo dices de verdad?-pregunté intentando pensar fríamente, pero no podía y menos con sus manos colándose por debajo de mi camisa oscura.
-¿Me has visto bromear alguna vez?-me giré y lo observé un instante.-No miento, te amo y no hay nadie más que pueda decírtelo de forma más sincera.-me aproximé a él y lo besé acariciando su rostro, él me rodeó entre sus brazos.-Te amo.-dijo de nuevo y yo sonreí, o eso recuerdo.
-Tú me gustas mucho.-no le amaba, pero algo en mí se removía.
-Entonces, pasemos a mayores.-caminó unos pasos seguros, yo me aferraba a él con pavor a lo que sucedería. Me tiró en la cama y comenzó a quitarse la ropa de chofer, revolvió sus cabellos engominados y yo únicamente me aferré a la colcha. Quería irme, pero no quería perder esos te amo. No me sentía seguro en el lado del pasivo, yo siempre me sentí activo y es más me agradaban los chicos dulces, no los que podían matarte de una mirada. -¿Sucede algo?-dijo mientras se desabotonaba la camisa.
-No.-respondí con los ojos bien abiertos y temblando.
-No debes de tener miedo, esto lo realizamos por mutuo acuerdo y sé que lo estás deseando.-se inclinó sobre mí y besó mis labios.
Quería gritar y escapar. Podía golpearle, hacerle una llave de cualquier técnica y dejarlo en el suelo prácticamente en coma. Sin embargo, quería saber qué es sentirse amado por una vez. Mientras me debatía entre irme o quedarme, él me desnudó. Ambos quedamos desnudos.
-Lo vas a disfrutar.-me dijo acariciando mis labios, para luego besarlos de forma intensa.
Empecé a notar sus manos por todo mi cuerpo. Acariciaba mi torso, mis costados, mi rostro, mis manos temblorosas y cualquier trozo de mi piel. Yo lo rodeé con mis brazos por el cuello mientras él abría mis piernas y coló uno de sus dedos.
-No.-dije llevando mi mano sobre la suya.-No, prefiero ir poco a poco. Quedemos para un té y…-entonces hizo algo que me estremeció y gemí. Eso que hizo fue un leve giro con su dedo sobre mi próstata.
-Toma mi miembro y mastúrbalo para que pueda poder ponerme el condón.-asentí a su petición y comencé a realizar un ritmo suave, para luego intensificarlo y ralentizarlo de nuevo. Era como a mi me gustaba y pareció que a él también. Sus gemidos roncos fueron directos a mi oído.-Así, Hizaki.-murmuró mordisqueándome el lóbulo de mi oreja izquierda, tirando del pendiente que llevaba en ella.-Voy a entrar, ya no resisto más.-entonces recordé el preservativo.
-El condón, sin condón no te dejaré jamás entrar en mí.-lo dije serio a pesar de estar excitado y sudado por culpa de esos juegos en mi entrada.
-Pero nos amamos Hizaki, no debería haber barreras.-lo empujé al escuchar aquello y se levantó riendo.-Era una broma, nunca hago el sexo sin condón.-respondió yendo al aseo.
Me fijé que dentro de ese maldito cuartucho tenía una máquina expendedora de condones, se notaba para qué estaba el motel. Era un picadero, me había traído a un maldito picadero donde empresario se follaban a putas de bajo coste. En su regreso intentó entrar en mí, pero no estaba acostumbrado ni acomodado en absoluto. Estuvo un buen rato lamiendo mi entrada y jugando con ella, se le notaba impaciente y yo únicamente me sentía con la cabeza perdida. Cuando al fin se hizo hueco entre mis piernas, cuando sus movimientos lentos de inicio se volvieron desquiciantes y su boca mordisqueaba mis pezones, en ese momento dejé de ser yo para gritar su hombre rogando más.
Nada más terminar me acurruqué junto a él, quería un poco de calor. Él se levantó de la cama y comenzó a vestirse. No entendía porqué lo hacía, yo no estaba seguro de poder caminar. Me había desvirginado y no había sido para nada delicado.
-Hizaki debemos ir a la fiesta, si no vas su madre preguntará donde estuviste.-era cierto lo que decía, pero me apetecía quedarme a su lado.
-Yo creo que también te amo.-dije levantándome para abrazarlo.
-Sí, lo noto. Pero realmente estaremos en problemas si tu madre comienza a sospechar.-cerré los ojos y me abracé más, aún más.-En serio, tenemos que marcharnos.-me separó y me dio mi ropa.
En diez minutos estábamos de nuevo en la limusina. Yo intentaba hablar con él sobre lo nuestro, sin embargo él era esquivo. Tenía dieciocho años, era mi primer amor, no me juzguen por ello. Pero al menos, así lo creía. Que era el primero al que le daría mi alma.
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