10/6/09

Se rompió el encanto VI



Anne Lee era una amiga que estudiaba en la ciudad, más bien la universidad de la ciudad. Tenía veinte años, era hermosa y perfecta. Sabía poco del idioma, pero sí japonés. Yo sabía bastante de mis raíces, pero no demasiado. Mi madre amaba demasiado Europa y Latinoamérica, de donde eran sus ramas familiares y a veces dejaba a un lado la cultura de mi padre.

Nada más abrir la puerta noté como me abrazaba. Ese perfume que únicamente tienen las mujeres, aunque tan sólo hayan usado gel de baño. El calor que pueden desprender sus manos cuando acarician nuestros rostros, esa sonrisa maternal que expresan a cualquiera que llora y sobretodo su fortaleza. Era una chica especial. Fuerte y delicada como un junco. La perfecta chica nipona, perfecta y sin restricciones de ningún tipo.

No sé si sabrán que en el país de mi padre, por respeto a la mujer, no se puede besar ni abrazar. Sin embargo, ella se occidentalizó y no dudaba en calmar mi furia a base de tiernos abrazos. Me recordaba a mi madre por su calma, su forma de emprender nuevos retos y su frialdad en momentos de demasiada tensión. Pero, ella tenía esa chispa en la mirada que la hacía ser una mujer de fuego.

-¿Qué sucede?-preguntó mientras me pegaba más contra su cuerpo, sin importar que la cubriera casi por completo y que nos viera alguien.-Pasa.-comentó tomándome del rostro.-Y deja de llorar, no te pega estar triste Hizaki.-susurró besándome en la mejilla, para luego cerrar la puerta tras mi espalda.

Se separó de mí. Su diminuto cuerpo de no más de metro sesenta se despegó, se apartó de mi camino y del recorrido de mi mirada ansiosa de pasiones prohibidas. Siempre la deseé y el despecho me corroía las venas.

-¿Has discutido con tus padres?-interrogó quitándose la pinza que recogía sus cabellos, su larga melena hasta la cintura cayó ocultando sus suaves, y sutiles, caderas. Se giró hacía mí con una sonrisa que parecía que no borraría hasta que yo me calmara, esos labios sedosos que más de una vez sellaron secretos inconfesables.

-No, no es eso.-dije ensimismado mientras tiraba de mí, lo hizo de forma enérgica y rió al ver que era fácil de hacerme tambalear. Estaba absorto, absorto preguntándome si ella podría ser mía y así olvidar a Lexter. Era pronto, muy pronto. Como dicen los ancianos, la cama del muerto aún estaba caliente…

-Siéntate, hice té de sakura.-comentó indicándome que me sentara en los cojines mientras regresaba de la minúscula cocina.

Su pequeño estudio era un pequeño museo. Ella pintaba, estudiaba bellas artes en la ciudad. Había venido a mejorar el idioma y también a sentir bajo sus pies una nueva ciudad. Siempre que hablaba de Japón se entristecía, por lo tanto sabía poco de ella y de su ciudad natal.

-Has realizado nuevos cuadros.-dije alzando un poco el tono de voz, para que me escuchara.

-Sí, fui a la catedral y no pude evitar tomar fotografías. Con ellas hice bocetos en carboncillo, después simplemente tocó darles vida y añadir plumas de ángeles.-amaba la literatura religiosa, aunque no fuera cristiana. El símbolo de lo que significaba un ángel para ella era motivador.

-Te han quedado bien, demasiado bien. Debes regalarme uno y firmarlo, seguro que pronto valdrán millones y yo seré aún más rico que ahora.-

Inmediatamente echamos a reír. No podíamos evitarlo. Ella era mi pequeña arco iris nipón, así la llamaba arco iris. El primer día que nos vimos llevaba una camiseta con todos los colores posibles, tan sicodélica que me mareaba. Comencé a burlarme de ella, aunque no lo hacía con mala intención. Ella notó que era un infantil, por ello dijo que siempre sería su Peter Pan. Hicimos un trato bastante estúpido, pero necesario, jamás enojarnos y buscar el lado positivo a todo.

-Dime ¿por qué llorabas? Olvidas lo que me dijiste hace tiempo ¿verdad? Me prometiste que no llorarías o al menos que no lo harías frente a mí.-se sentó frente a mí y me sirvió el té observándome a los ojos de forma profunda.

-Me han engañado.-ella sabía de mi bisexualidad, la única persona que lo conocía. También era la única a la que le confesé todo sobre Lexter.

-Dime que no es ese estúpido con pinta de gigoló ambulante.-alzó una ceja y su brazo izquierdo, en forma de puño, para golpearme en la cabeza de forma leve.-Baka.-susurró y luego me tomó del rostro, otra vez ese dulce aroma femenino.

-Lo es, me engaña con mi propia madre.-sus ojos se abrieron, la chispa de la furia apareció en ellos.

-Te diré qué debes hacer y es no mostrarte débil frente a él. Además, te diré que no lo amas. No sientes nada por él. Tan sólo caíste y pensaste que lo amabas por lo que te decía. Ya llegará la persona indicada, cuando lo haga no podrás ni respirar ante su presencia y tu forma protectora será aún más notoria. Alguien que te haga llorar por su amor, por tenerlo y no por perderlo. Cuando lo pierdas notarás vacío en su pecho, pero una enorme satisfacción abarcará ese lugar.-me hacía reflexionar todo lo que decía y quedaba fundido en sus labios, en el eco de su voz en ellos.

-¿Por qué satisfacción?-pregunté no muy seguro, seguramente aún mezclaba el léxico.

-La tendrás porque habrás sido rotundamente feliz cada día, notarás que esos días no fueron vacíos, que tienes recuerdos que siempre te harán sonreír y jamás los olvidarás. Nunca olvidas a nadie, no del todo, y mucho menos el verdadero amor. Puede haber varios, pero todos importantes.-me tomó de las manos apretándolas de forma leve mientras sonreía de forma más franca, para luego tomar un poco de té.

El silencio se hizo presente. Intenté recordar algún día pleno con Lexter y no lo hubo. No sentía vacío, más bien liberación. Quería golpearlo, no recordarlo. Ella tenía razón. Si realmente lo amara habría algo bueno y parte de mí pediría porque cambiara, porque todo volviera hacía atrás.

-Arigato.-susurré dando un trago al té, probándolo y noté que estaba delicioso. Era la primera vez que tomaba de esa especie, aunque conocía varios tipos. Ella trabajaba en la tetería y allí la conocí. Ese lugar era mi favorito, también el de mi padre.

-¿Por el té o por el consejo?-dijo entre risas leves.

-Por ambas cosas.-sonreí al fin, volvían a mí los recuerdos agradables y no la imagen repetitiva del cerdo aquel.

-Bien, entonces perfecto.-me revolvió los cabellos y después comenzó a pellizcar mis carrillos.

-¡Para!-odiaba que hiciera eso, lo sabía bastante bien.

Sin embargo, no paró. Dio la vuelta a la mesa y se lanzó sobre mí tirando más de mi cara. Me sentía muñeco de goma, de esos que estiras y se deforman para volver a su tamaño original.

-¡Para! ¡Anne!-gritaba intentando alejarla de mí sin lastimarla.-¡Anne!

Entonces, sentí sus labios sobre los míos y sus manos dejaron de estar en mis mejillas, para comenzar a sentirlas por encima de mi pelo. No supe como reaccionar, pero ella me atraía así que terminé tomándola por la cintura. Una de mis manos fue lentamente hasta sus costillas y tomé su seno derecho entre mis manos. Noté que no llevaba sujetador, simplemente esa camiseta ajustada. El beso se intensificó y moví las caderas colocándola sobre ella.

-Hizaki.-dijo algo excitada, lo notaba por su tono de voz.

-Anne.-susurré incorporándome mientras notaba sus dedos acariciar los botones de mi camisa.

-Quiero hacerlo ¿y tú?-pregunté porque siempre era caballeroso con las chicas.

-Sí, lo quiero.-nada más decir eso le quité la camiseta y me quedé clavado en el movimiento de sus pechos.

-¿Te gustan?-su forma de decirlo fue tan provocativa que no dudé en incorporarme y lamerlos. Sus manos se fijaron en mi cabeza y movía sus caderas jadeando.-Hizaki.-susurró echando la cabeza hacia atrás en el mismo instante que le agarraba bien de las nalgas, la frotaba sobre mi bragueta y ella parecía gustosa a darme todo.

-Vamos a tu cuarto.-dije clavando mis ojos en ella, en ella al completo.

Aún estaba vestido y ella tenía el pantalón de chandal ancho que usaba en casa. El aroma a óleo camuflaba el de nuestras feromonas, de eso seguro. Se levantó y me miró con ojos de tigresa, caminó contoneándose hasta la habitación del fondo, donde estaba el dormitorio. Yo fui como hipnotizado, o más bien idiotizado, tras esas caderas que me rogaban que las agarrara.

Cuando entré tras ella en la habitación se había quitado el pantalón y recostado en la cama. Yo me quité frente a ella la camisa, los pantalones, calcetines y zapatos. Me tumbé a su lado besándola, ella acariciaba mi rostro, dejaba que sus finos dedos guardaran en su memoria mis rasgos.

Sé que no es de caballeros contar todo esto, pero fue la primera vez que lo hice con cierto cariño con una mujer. Es importante. No es un simple premio, una corona meritoria. Además, este encuentro tuvo grandes consecuencias en mí, fue toda una revolución de la que nunca me arrepentiré aunque me llene de cadenas y corte mi libertad.

Sus labios entreabiertos, sus ojos cerrados y su piel perlada en sudor era un espectáculo superior a cualquier otro. Ella amaba a los ángeles, quizás porque era uno de ellos. La deseaba, me deseaba y nos entregábamos. El cariño de nuestra amistad, de más de dos años, se fundía lentamente entre el movimiento de nuestras caderas. Sus gemidos y los míos, los ruegos por terminar, mis leves mordidas en su cuello y sus sutiles arañazos en mi pecho. Nos unimos. No era sexo, tampoco amor, tan sólo era deseo. El deseo puede ser parte del cariño, de la atracción y de algo más que no sabría clasificar.

-¡Hizaki!-gritó bien alto mi nombre antes de que yo terminara en lo profundo de su ser.

-Anne.-susurré algo agotado, acariciaba sus caderas y sus costados.

Al apartarse se recostó en la cama. Dejó de estar sobre mí, aunque esa fue la postura final que tomamos. Habíamos probado unas cuantas, prácticamente todas las que conocía. La abracé y dormimos hasta bien entrada la noche, después únicamente me duché y pedimos unas pizzas. Hicimos como si nada hubiera pasado, aunque yo no me atrevía a decirle que al separarme el condón estaba algo rasgado. Por dentro me decía que era imposible que eso sucediera en una única ocasión, además estaba seguro que si lo decía ella me dejaría de hablar y yo tenía esperanzas de que comenzáramos a salir.

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