11/6/09

Se rompio el encanto VII


Al apartarse se recostó en la cama. Dejó de estar sobre mí, aunque esa fue la postura final que tomamos. Habíamos probado unas cuantas, prácticamente todas las que conocía. La abracé y dormimos hasta bien entrada la noche, después únicamente me duché y pedimos unas pizzas. Hicimos como si nada hubiera pasado, aunque yo no me atrevía a decirle que al separarme el condón estaba algo rasgado. Por dentro me decía que era imposible que eso sucediera en una única ocasión, además estaba seguro que si lo decía ella me dejaría de hablar y yo tenía esperanzas de que comenzáramos a salir.

Decidí irme cuando noté que molestaba. Ella estaba agotada, podía notarlo por su rostro y su forma de acurrucarse en el sofá.

-Creo que debo irme.-dije acomodando bien mis pantalones.

-Es tarde.-estaba pensativa, pero también lo había estado minutos atrás. Quería pedirle salir con ella, era la indicada quizás. Esa persona por la que darlo todo sin esperar nada. Iba muy rápido, hacía unas horas que decía amar a Lexter. Sin embargo, habíamos mantenido sexo y éramos amigos. El amor podía surgir de la nada, de una simple chispa, y apostaba por ello.

-Nos vemos mañana.-ella me miró confusa y se echó la colcha perdiendo sus ojos en la pantalla del televisor.

Cuando me marché lo hice dando un paseo. Mi cabeza estaba en otro mundo, casi soy arrollado por un vehículo en un paso de cebra. Si bien, nada más llegar a casa mi madre me estaba esperando sentada en el sofá. Sus largas piernas se acomodaban sobre unos cojines, sus ojos azul glaciar se clavaron en los míos y ella dejó su revista de moda.

Siempre leía ese tipo de revistas. Allí tenía prácticamente su vida. Hablaba de modelos, moda, modistos y escena social. Ella nació para ser una flor bien cultivada entre los salones de belleza, pasarela y fiestas sociales de renombre. Sobretodo se hacía con aquellas que hablaran de un tal Olivier. Nunca me había interesado por ver fotos de sus modelos, era casi exclusivamente moda femenina y las chicas de pasarela me parecían muy delgadas para mi gusto.

-¿Dónde has estado? Llamaron del instituto y me dijeron que no te has presentado allí, en unas semanas tienes exámenes importantes. ¿Crees que la educación que te damos es gratuita? ¿Qué no vale nada?-sus ojos eran dos tormentas marinas, sin embargo su rostro no expresaba la más mínima emoción.

-Me gustaría que lo fuera, es un colegio de niños pijos donde no encajo.-reclamé.

-Por favor.-dejó su mano en el pecho y puso cara de incrédula.-Eres el más popular, tus notas son las mejores, tienes talento artístico y en los deportes. Hizaki, encajas perfectamente en la educación que recibes.-ella no lo notaba, pero yo no era como quería. No estaba hecho para deslumbrar como ella. Para bajar unas escaleras y sonreír a todos aunque deseara llorar. No, no lo era. No podía serlo ni lo sería.

-Popular entre asnos que compran sus notas, que nada más saben hablar del último móvil que se compraron y de lo super que es ir a una party de tendencias progres.-mi tono de voz se convirtió en el que ellos usaban, seseaba y movía mis manos amanerada mente.-Niños pijos sin futuro, ni destino. Muchachos que ocultan su sexualidad y después te soban en los partidos. Eso es lo que quieres para mí, un montón de ovejas que no tienen huevos de ser quienes son. No mamá, no pretendas que encaje ahí. Yo no soy un robot. A ti te irá bien este estilo de vida, pero yo preferiría ser un matón como lo fue papá.-se encaminó hacía mí, me levantó la mano pero la bajó. Le había dolido lo que había dicho, sabía que era cierto. Se marchó prácticamente llorando, deseé detenerla sin embargo no lo hice. Había tomado el valor de decirle lo que pensaba de toda esa panda de niños pijos, pero luego me di cuenta de que a ella la dejé al mismo nivel.

Corrí hacia las escaleras, mis pasos resonaron apresurados. Entré a su dormitorio sin llamar y estaba tumbada en la cama. Aguantaba las ganas, se las aguantaba. Había hecho daño a mi madre sin proponérmelo.

-No te das cuenta de que quiero lo mejor para ti, lo que creo mejor. Me sacrifico en muchas cosas por ustedes. Pero me he dado cuenta de que no sólo se va mi matrimonio al infierno, sino también la poca relación que tengo contigo.-su voz era lineal, pero su forma de ser la delataba. Demasiados años a su lado, la conocía quizás incluso mejor que mi padre.

-Mamá no quise decir que sea mala, los profesores son buenos, pero no aguanto a esos chicos. Me parecen insufribles.-ella sonrió al escuchar aquello.

-Yo trato con personas que no soporto a diario, tienes que aprender Hizaki.-se incorporó mientras me hablaba y suspiró.-Pensamos que era lo mejor, tienen actividades extraescolares que siempre te gustaron. No hay más institutos privados en toda la ciudad, los demás son demasiado inseguros para alguien como tú. Tu padre es alguien influyente y yo también, no podemos ponerte en peligro.-en momentos como ese sí la veía como una madre, no como una extraña.

-Mamá.-dije y ella sonrió casi maravillada al llamarla de ese modo.-Lo siento.-se puso a mi lado y me abrazó de forma rápida.

-No te preocupes.-susurró apartándose.-A veces me recuerdas demasiado a él.-acarició mi rostro y salió del dormitorio para dirigirse a su despacho.

Era la primera vez que la veía caminar descalza, sin esos tacones que la hacían ver aún más estilizada. Ese contoneo de caderas que cientos de hombres habían admirado y que yo tenía presente en cada mujer que observaba. Sin duda, nadie caminaba como mi madre. Nadie era capaz de demostrar superioridad con una única mirada. Ella era fuerte, más fuerte que muchas otras y con cierta entereza estaba soportando todo. Aún amaba a mi padre, podía notarlo en sus palabras. También en su forma de odiarlo en silencio, cuando lo veía en las revistas de la prensa rosa con aquel chico aferrado a él. El gran escándalo, la caja de Pandora se había abierto sin que nadie la tocara realmente. Las cosas pasan porque era necesario, todo debe de ir ocurriendo y haciendo caer la próxima ficha del dominó. Eso es la vida, una cadena de efectos mariposa.

Me quedé pensativo sentado en la cama de mis padres. Tenía la espalda encorbada, los ojos clavados en el parquet y mi mente volaba. Quería volver a ver a Lee Anne, pedirle que comenzaramos algo juntos y ver en que terminaba todo. Merecíamos una oportunidad. Ella siempre decía que su corazón estaba roto por el amor y el mío estaba hecho añicos. Estaba tan absorto que no noté la presencia de mi hermano en la cama hasta que me abrazó por la espalda.

-¿Te pasa algo?-preguntó agarrándome por el cuello.

-No.-respondí con una sonrisa, lo hice de forma automática. Intentaba protegerlo de todo, incluso de mis estados de meditación. Era demasiado pequeño para contarle todo lo que sucedía, quizás algún día.

-¿Dónde has estado? Ya incluso hemos cenado.-seguía aferrándose a mí, su hermano mayor que procuraba mantenerlo en una capsula alejado de la realidad.

-Hablé con papá y después estuve conversando con una amiga.-se apartó al fin cuando escuchó la respuesta, rodó por la cama y quedó en forma de cruz. Sus ojos se fijaron en mí. Ojos menos rasgados y algo parecidos a los de mi madre, aunque sin ese hieratismo que a veces mostraba.

-¿Papá te dijo algo del zoo?-amaba ese lugar, decía que quería ser veterinario y cuidar a todos los animales desvalidos. Estaba seguro que cuando fuera adulto convertiría su casa en un arca de Noé gigante.


-No, no le pregunté. Teníamos que hablar cosas de mis estudios.-se giró hacia mí cuando escuchó eso y frunció el ceño.

-¿Sí? Ya te gradúas, pero a ti no te gusta estudiar.-reí a carcajadas ante esas palabras. Era sincero, muy sincero.

-Anda ve a tu cuarto, enciende la consola y espérame. Voy a ir a darme una ducha, cuando salga jugamos una partida.-no dijo nada, tan sólo se levantó y corrió hasta su habitación.

Salí entonces de la habitación que siempre fue de mis padres, y así lo será eternamente en mi memoria. Tantos recuerdos entre sus sábanas; tantas noches de miedo a los fantasmas aferrado a mi padre, para que me protegiera, mientras escuchaba a mi madre decirle que me mimaba demasiado; tantas emociones y sobretodo tantas cosas pendientes.

En ese cuarto aprendí a ponerme la corbata. Tenía siete años, íbamos a una boda de una de las amigas de mi madre. Fui a buscar a uno de los dos y al abrir la puerta bailaban un vals, tengo grabada en mi mente la sonrisa de enamorados que ambos tenían. Cuando depararon en mí ella sonrió y caminó hacia mí. Mi padre reía a carcajadas al ver el nudo que había hecho a la pobre corbata, mi madre lo arregló y acomodó mis cabellos. Pronto sabría que ella esperaba a mi hermano, a Hero. En esos instantes me preguntaba porqué todo cambió. Tantas cosas quedaron enjauladas en las paredes de aquel dormitorio…tantas que no pude dejar de llorar. Mi familia ya no era igual, Hero aún soñaba con que todo se arreglaría porque en su profunda inocencia no existía el “para nunca jamás”.

Tomé aire apoyándome en la puerta, con la cabeza gacha, y entonces sentí su presencia. Alcé la vista y estaba ahí con un ojo morado y el labio roto. Vino hacia mí y me intentó tomar del mentón, aparté el rostro y lo empujé.

-No me gusta verte así, todo por mi culpa.-susurró y yo comencé a reír a carcajadas.

-Por favor no te creas tan importante, no es por ti por quién lloraba.-me aproximé a él y susurré lentamente lo siguiente.-Acabo de venir de follar con una hermosa mujer, créeme lo que te digo. En esta función ya no tienes lugar, no formas parte del espectáculo y tampoco del decorado.-sus ojos se quedaron fríos, su sonrisa se torció y su mirada terminó siendo un apoteósico revulsivo de odio.-Búscate a otro para jugar, yo no soy juguete de nadie.-

Tras eso me fui hacia mi cuarto, me desnudé y fui a la ducha. Dejé que el agua me destensara y tras unos minutos sentía mi alma en paz. A la salida de la ducha me puse una yukata y jugué casi una hora a uno de los juegos de RPG con mi hermano.

No hay comentarios: