13/6/09

Se rompió el encanto VII


Si quieren saber algo más de mi padre y lo que acontece en su vida vayan al blogger Lestat de Lioncourt



Me acosté nada más darle una autentica paliza, dejaríamos la revancha para otro día. Ya era tarde, tenía que descansar para todas sus actividades del día siguiente. Lo arropé como lo hacía mi padre y me marché a mi habitación. Allí me tumbé varias horas dando vueltas, escuché música y a eso de la una de la mañana al final agarré el sueño. Un sueño pesado y pegajoso, como los sueños de verano.

Era algo extraño, muy extraño. Me encontraba con un bebé en brazos, claro que descifré que era Jun el supuesto nuevo hijo de mi padre. No lo conocía aún, así que tampoco sabía su aspecto. Lo que no entendía era porqué lo tenía en brazos. Me encontraba en un apartamento bastante luminoso, no era la casa de mi padre en absoluto y tampoco la de nadie conocido. Se respiraba un aire agradable, como a incienso, y había un chico de espaldas a mí. Al menos eso pensé a pesar de su cuerpo delgado y cabello largo. No se giraba en todo el sueño y tan sólo trabajaba, parecían dibujos o diseños. Era todo tan inverosímil que cuando desperté pensé que era parte de una película, alguna escena que había visto y repetido inconscientemente. Sueños extraños siempre he tenido y ese era uno más. A veces se cumplían, como pequeñas profecías, pero mi padre me dijo que eso lo había heredado de mi abuela.

-¿Quién era ese?-pregunté rascándome el pecho bajo la camiseta. Miré el despertador y eran las seis de la mañana.-Genial, encima me despierto antes de tiempo.-me quité la camiseta y los pantalones, también el boxer. Odiaba sentirme atado, me arropé con el edredón de plumas y seguí mi sueño.

-Señorito.-dijo una voz familiar, despertándome.

-Déjame dormir.-respondí.

-Son las siete y media, señorito. Su madre me mandó llamarle, tiene clases.-me movía un poco intentando que me levantara.

-Clara.-susurré descubriendo mi cuerpo para levantarme.

Su cara fue un poema, pero en definitiva no había nada ahí que no hubiera visto. Ella me había cambiado más veces los pañales que mi madre, cuidado cuando enfermaba y regañado cuando robaba las galletas recién hechas.

-Hizaki.-dijo agarrándome de la oreja.

-¡Clara! ¡Me arrancarás el pendiente!-grité retorciéndome, notaba como se rompía prácticamente, pero no sucedió de puro milagro.

-Tienes muy poca vergüenza tú, tú y tu padre sois iguales. Ya bregué con él una vez cuando era un inmaduro como tú. Ahora harás lo que te diga.-me trataba como si fuera alguien de su familia, no de forma lejana. Sabía que odiaría si comenzaba con los formalismos.

-¡Clara que me arrancas la oreja!-dije de nuevo y me soltó.

-¡Ponte esto!-me tiró mis calzoncillos, uno de tantos tirados por la habitación.-¡De inmediato!-yo lo hice entre carcajadas, era divertido verla de esa forma. Si bien, cuando vi que se acercaba a tirarme de nuevo del lóbulo de mi adolorida oreja dejé de hacerlo.

-Me voy a dar una ducha y ahora te llevo la ropa sucia a la lavandería.-comenté girándome hacia el baño.

-Tu madre ya se marchó hace rato, con tu hermano, lo llevó a desayunar al comedor del colegio.-compadecí al crío, despertarlo tan temprano para tomar leche en cartón recalentada.

-¿Y tú eres el perro guardián para que hoy asista a las clases?-pregunté en tono de burla y ella me lanzó la almohada.-¡Tan vieja y con tanta puntería!-al girarme para ver su rostro estaba serio.

-Se lo diré a tu padre. Eres un descarado, seguro que te da mano dura.-sus manos estaban a ambos lados de las caderas y movía el pie insistentemente.-Ve a la ducha, te prepararé el desayuno.-

No sabía porqué no tenía hambre, llevaba días sin alimentarme como de costumbre. Cuando me preocupaba algo, en este caso mi madre y mi padre, dejaba de comer automáticamente. Siempre fui la trituradora de desechos, comía lo mío y lo de los demás. No engordaba por una elevada actividad física. La última vez que desayuné con mi padre me temía ya todo esto, ya no comía como debía ser y a deshoras. Él pensó que era cosa de la edad, le restó importancia, y mi madre ni preguntó.

Nada más entrar en mi pequeño aseo personal me miré al espejo, estaba delgado y mis pómulos se marcaban demasiado. Parecía más niño que adulto, no me gustaba la expresión de mis ojos y aún tenía marcas de Lexter difuminadas bajo las de Anne. Me giré para abrir el grifo del agua, dejé abierto hasta que salió la tibia y entré bajo una cascada relajante compuesta por mil gotas certeras.

-Give me chocolate.-canturreaba en la ducha mientras movía mis caderas. Pegué mis manos en los azulejos y cerré los ojos dejando que el agua me empapara. Quería despertar tras dormir poco y mal.-Oh, baby.-susurré en un gemido ronco.-Give me chocolate.-eché la cabeza hacia atrás y agité mis cabellos empapándolos bien.

Amaba el champú que usaba, era parecido al de mi padre aunque no con el mismo aroma pero sí de la misma marca. A la salida me afeité y puse mi loción, arreglé mis cabellos y me vestí con el uniforme del instituto. Lo odiaba tanto, me quitaba parte de mi personalidad. Me coloqué las gafas y al mirarme al espejo casi lo rompo.

-Nerd, eso eres.-murmuré observando mi cutis.-Nerd, pero bien guapo.-hice un guiño a mi propio reflejo y salí de mi pequeña cueva.

El desayuno fue una lucha mortal con Clara. Quería que tomara los cereales, la fruta, la leche, el zumo de naranja y también el yogurt vitaminado. Tan sólo logró que tomara fruta y zumo, el resto no me entraba. Nada más pensar que ese idiota me llevaría al instituto me entraba rabia, los nervios me revolvían el estómago y era incapaz de tragar.

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