
Nada más llegar al hall quise correr lejos de él, sin embargo mi orgullo me impedía mostrarle las ganas de no verle. Pasé frente a él como si nada, llevaba la maleta a un lado y mis ojos puestos en un punto fijo. Me estresaba saber que respirábamos el mismo aire. Uno no olvida tan fácilmente, aunque no sea amor seguramente atracción sí había y yo caí por ello. Por simple atracción y pura necesidad uno puede llegar a sentir el infierno bajo sus pies, pero, sin embargo cree estar en el cielo.
-¿Estás más calmado?-preguntó al llegar al garaje.
-A ti no te importa como esté yo, tan sólo eres el chofer.-respondí secamente montándome en el mini que teníamos para ir a la escuela.
Era un mini totalmente negro, papá decía que era lo mejor para aparcar con un toque clásico. El motor era de un vehículo más potente y estaba algo subido, todo para que un día de lluvias intensas no se quedara atrancado en medio de la carretera. El garaje no tenía únicamente ese coche, también el mercedes de mi madre, el familiar que ya no usábamos prácticamente y la limusina. Estaba bajo la casa, se accedía mediante una rampa de acceso colocada a priori. Primeramente era únicamente un sótano, pero mi padre las ingenió para que fuera su pequeño museo. Faltaban seis coches, los deportivos de mi padre. Echaba de menos verlo vestido como un mecánico cualquiera, manchado de grasa, y con los cabellos en la cara. Mi madre siempre decía que amaba más a sus coches que a él mismo. Yo le entendía, un coche no es sólo un vehículo. Si bien, no había únicamente coches, también estaban mis dos motos y la pequeña moto de competición de mi hermano. Estaba iniciándose y mi padre estaba orgulloso de él.
Allí, en ese bendito santuario del motor, Lexter intentó una nueva aproximación. Me agarró de las caderas y pegó su pecho a mi espalda. Su estatura era únicamente unos centímetros mayor a la mía, no era demasiado corpulento y ya lo había lanzado al suelo. No entendía porqué seguía con el deseo de pegarse a mí como una lapa.
-Déjame.-dije tomando sus manos para apartarlas, clavé mis uñas cuando hice eso.
-El gatito tiene ganas de jugar.-susurró.-Pero en esta ocasión yo no soy el ratón, sino tú.-murmuró lamiendo mi cuello.
-Déjame.-me giré apartándolo con la frunciendo la frente.-¿qué parte del déjame no entiendes?-pregunté cuando vi como se echaba sobre mí. Le pateé los testículos e hice que cayera en redondo.-¡Déjame!-grité a pleno pulmón.
-Hijo de puta.-susurró pegándose a mí.-Eres mío ¿me oyes? Mío. No voy a permitir que te vayas de mi lado tan fácilmente.-buscó mis labios y comenzó a besarme. Por un instante cedí, mis hormonas cedieron. Me pegó bien al coche y noté como se iba calentando con un sólo roce de mis labios.-¿Ves como eres mío?-interrogó y yo ahí ya recordé todo. Él besando a mi madre y yo sintiéndome como una mierda.
-¡No lo soy!-dije empujándolo para salir del garaje.-¡Me voy en un taxi hoy!-grité y él me siguió tomándome de la muñeca.
-Te juro que lo que sucede con tu madre no es nada, nada comparado a lo que siento al estar contigo.-eran puras zalamerías, cosas que no sentía y únicamente decía para hacerme sentir especial.
-Quédate con ella, te necesita más que yo, porque por mi parte lo nuestro nunca ocurrió.-me zafé de él y marqué el número del taxi, ya más calmado y en el hall de mi casa.
-Hizaki.-murmuró desconcertado, observando que la presa se le había escapado del todo.
-Buenos días.-dije a la operadora.-Necesito un taxi que esté dentro de cinco minutos en la calle Festividad de Nuestro Señor, número dieciséis. Por favor, ¿puede ser posible?-pregunté deseando que me dijera que sí. Últimamente con la huelga en el transporte del taxi, causado por una subida excesiva del combustible, estaba haciendo intermitente el servicio.
-Por supuesto.-comentó.-Ahora mismo se encaminará para la dirección el número ciento dieciséis.-solían dar el número del taxi, para que no causara confusiones entre pasajeros o que otro tomara el cliente del compañero.
Nada más colgar el teléfono noté que él no estaba, se había marchado y di gracias. No quería verle la cara, escucharle o sentir que me abrazaba. Por segundos estuve a punto de caer. Necesitaba alguien a mi lado, era urgente. Me sentía tan perdido que únicamente veía una solución lógica. Tener pareja me centraría, me haría tener un hombro en el que apoyarme.
El taxi vino como acordado, al llegar al instituto no tenía ánimos de nada. Entré tras la enorme cancela, los chicos todos uniformados en corro conversando cualquier estupidez y los árboles desnudos creaban un ambiente poco agradable para mí. El edificio era prácticamente una casa del terror, miles de pasillos con recodos oscuros a pesar de la luz eléctrica. Los ventanales eran de la misma época que las piedras, al igual que sus cristales y la decoración. Era lóbrego y desquiciante. Sin embargo, dentro de las clases encontrabas lo último en educación e informática. La biblioteca era un gran lujo, volúmenes antiquísimos para que todos pudiéramos acceder a ellos. Un mundo en continuo contraste, pero aún así no me motivaba.
La mañana pasó sin más. Tomé mis apuntes, pedí disculpas a los profesores que debería de haber visto el día anterior y corregí varios ejercicios de francés en la pizarra. Lo normal. Dentro de esa jaula únicamente tenía un amigo, sólo lo veía en los pasillos y en el recreo. Ese día no había ido. La hora de descanso la pasé en la sala de lectura ojeando libros de boxeo. Regresé a casa andando. No estaba demasiado lejos, treinta minutos a pie si tomaba por los pasadizos de algunas calles.
Era y es una ciudad construida cuando los romanos, vuelta a reconstruir con los árabes, remodelada en la época medieval y consolidada en el siglo de las luces. Mi padre cuando llegó estaba algo desasistida. Pero a partir del fomento de sus inversiones en negocios, fábricas y demás negocios se afloró una economía que parecía dormida. Nadie sabe realmente quién ha sido, mi padre todo lo hace a escondidas incluso de mi madre. No desea el mérito, el reconocimiento ni nada que se le parezca. Sus cuentas están secretas bajo seudónimos, pero todas van a otra en Japón gestionada por mi padre y su hermano.
Mi tío se llama Hero, de él aún no había hablado. Sí, mi hermano se llama como él. Es mucho más joven que mi padre, se casó hacía unos meses y la verdad es que mi padre tiene razón. Todos los Sakurai hemos nacido para el arte y los negocios, además de para los deportes y peleas. Somos pasionales, sensibles y también atraemos las buenas inversiones.
Al llegar a casa choqué con mi madre en su nueva salida. Iba con mi hermano de la mano, lo llevaría al dentista y Hero prácticamente rabiaba. Le daban miedo las agujas, también el equipo del dentista y todo lo que tuviera que ver con un hospital. Gritaba y pataleaba, mi madre seguía tan fría como siempre y lo tomó en brazos prácticamente. En la puerta esperaba ese maldito capullo, se subieron y mi hermano me rogaba con la mirada que lo ayudara. Pero, una buena revisión no le iría mal. Era necesario que se cuidara los dientes. La boca, las manos y los ojos son lo que más hablan de nosotros. Si descuidamos nuestras manos, dejamos a un lado el buen aliento y nos ocultamos tras unas gafas gruesas perdemos el encanto.
Nada más subir a mi habitación me conecté a Internet. Deseaba saber si Anne estaba conectada. Quería quedar con ella en unas horas, después de comer y terminar mis ejercicios pero antes de mis clases de Tai Chi Chuan, Kendo, Judo y Muay Thai. Eran ocho horas encerrado en un gimnasio, a veces incluso diez u once. Si tenía un torneo cercano me centraba en una de las diez artes marciales que conocía. Era y soy bueno en todas, pero sobretodo en Aikido. El Aikido es mi favorito, es más bien de defensa y con la defensa haces que el atacante caiga. Toda la fuerza que se oprima contra ti tú puedes enviársela, como si fuera un hermoso regalo envuelto en miles de papeles celofán.
Sin embargo, ella no estaba. Estuve esperándola dos horas mientras rellenaba las casillas de inglés, hacía test de francés, resolvía logaritmos y terminaba una redacción de Historia del Arte. Era demasiado para mí, ese instituto nos preparaba a conciencia aunque algunos compraban sus notas. Mi padre y mi madre se negaban, no harían eso jamás conmigo aunque todos así lo pensaran. Me costaba sudor y sangre ser el mejor, destacar, y todo porque mi orgullo así lo pedía. Ella no se conectaba y decidí seguir estudiando, haciendo apuntes mejores que los que tenía. Cuando llegó la hora apagué el ordenador y me fui al gimnasio. Allí descargué toda mi furia, quería verla y hablar de iniciar algo. Quería hacerlo formalmente. Comenzar una relación no es sencillo, hay que ir poco a poco. Un paso en falso y todo se podía ir al demonio.
-¿Estás más calmado?-preguntó al llegar al garaje.
-A ti no te importa como esté yo, tan sólo eres el chofer.-respondí secamente montándome en el mini que teníamos para ir a la escuela.
Era un mini totalmente negro, papá decía que era lo mejor para aparcar con un toque clásico. El motor era de un vehículo más potente y estaba algo subido, todo para que un día de lluvias intensas no se quedara atrancado en medio de la carretera. El garaje no tenía únicamente ese coche, también el mercedes de mi madre, el familiar que ya no usábamos prácticamente y la limusina. Estaba bajo la casa, se accedía mediante una rampa de acceso colocada a priori. Primeramente era únicamente un sótano, pero mi padre las ingenió para que fuera su pequeño museo. Faltaban seis coches, los deportivos de mi padre. Echaba de menos verlo vestido como un mecánico cualquiera, manchado de grasa, y con los cabellos en la cara. Mi madre siempre decía que amaba más a sus coches que a él mismo. Yo le entendía, un coche no es sólo un vehículo. Si bien, no había únicamente coches, también estaban mis dos motos y la pequeña moto de competición de mi hermano. Estaba iniciándose y mi padre estaba orgulloso de él.
Allí, en ese bendito santuario del motor, Lexter intentó una nueva aproximación. Me agarró de las caderas y pegó su pecho a mi espalda. Su estatura era únicamente unos centímetros mayor a la mía, no era demasiado corpulento y ya lo había lanzado al suelo. No entendía porqué seguía con el deseo de pegarse a mí como una lapa.
-Déjame.-dije tomando sus manos para apartarlas, clavé mis uñas cuando hice eso.
-El gatito tiene ganas de jugar.-susurró.-Pero en esta ocasión yo no soy el ratón, sino tú.-murmuró lamiendo mi cuello.
-Déjame.-me giré apartándolo con la frunciendo la frente.-¿qué parte del déjame no entiendes?-pregunté cuando vi como se echaba sobre mí. Le pateé los testículos e hice que cayera en redondo.-¡Déjame!-grité a pleno pulmón.
-Hijo de puta.-susurró pegándose a mí.-Eres mío ¿me oyes? Mío. No voy a permitir que te vayas de mi lado tan fácilmente.-buscó mis labios y comenzó a besarme. Por un instante cedí, mis hormonas cedieron. Me pegó bien al coche y noté como se iba calentando con un sólo roce de mis labios.-¿Ves como eres mío?-interrogó y yo ahí ya recordé todo. Él besando a mi madre y yo sintiéndome como una mierda.
-¡No lo soy!-dije empujándolo para salir del garaje.-¡Me voy en un taxi hoy!-grité y él me siguió tomándome de la muñeca.
-Te juro que lo que sucede con tu madre no es nada, nada comparado a lo que siento al estar contigo.-eran puras zalamerías, cosas que no sentía y únicamente decía para hacerme sentir especial.
-Quédate con ella, te necesita más que yo, porque por mi parte lo nuestro nunca ocurrió.-me zafé de él y marqué el número del taxi, ya más calmado y en el hall de mi casa.
-Hizaki.-murmuró desconcertado, observando que la presa se le había escapado del todo.
-Buenos días.-dije a la operadora.-Necesito un taxi que esté dentro de cinco minutos en la calle Festividad de Nuestro Señor, número dieciséis. Por favor, ¿puede ser posible?-pregunté deseando que me dijera que sí. Últimamente con la huelga en el transporte del taxi, causado por una subida excesiva del combustible, estaba haciendo intermitente el servicio.
-Por supuesto.-comentó.-Ahora mismo se encaminará para la dirección el número ciento dieciséis.-solían dar el número del taxi, para que no causara confusiones entre pasajeros o que otro tomara el cliente del compañero.
Nada más colgar el teléfono noté que él no estaba, se había marchado y di gracias. No quería verle la cara, escucharle o sentir que me abrazaba. Por segundos estuve a punto de caer. Necesitaba alguien a mi lado, era urgente. Me sentía tan perdido que únicamente veía una solución lógica. Tener pareja me centraría, me haría tener un hombro en el que apoyarme.
El taxi vino como acordado, al llegar al instituto no tenía ánimos de nada. Entré tras la enorme cancela, los chicos todos uniformados en corro conversando cualquier estupidez y los árboles desnudos creaban un ambiente poco agradable para mí. El edificio era prácticamente una casa del terror, miles de pasillos con recodos oscuros a pesar de la luz eléctrica. Los ventanales eran de la misma época que las piedras, al igual que sus cristales y la decoración. Era lóbrego y desquiciante. Sin embargo, dentro de las clases encontrabas lo último en educación e informática. La biblioteca era un gran lujo, volúmenes antiquísimos para que todos pudiéramos acceder a ellos. Un mundo en continuo contraste, pero aún así no me motivaba.
La mañana pasó sin más. Tomé mis apuntes, pedí disculpas a los profesores que debería de haber visto el día anterior y corregí varios ejercicios de francés en la pizarra. Lo normal. Dentro de esa jaula únicamente tenía un amigo, sólo lo veía en los pasillos y en el recreo. Ese día no había ido. La hora de descanso la pasé en la sala de lectura ojeando libros de boxeo. Regresé a casa andando. No estaba demasiado lejos, treinta minutos a pie si tomaba por los pasadizos de algunas calles.
Era y es una ciudad construida cuando los romanos, vuelta a reconstruir con los árabes, remodelada en la época medieval y consolidada en el siglo de las luces. Mi padre cuando llegó estaba algo desasistida. Pero a partir del fomento de sus inversiones en negocios, fábricas y demás negocios se afloró una economía que parecía dormida. Nadie sabe realmente quién ha sido, mi padre todo lo hace a escondidas incluso de mi madre. No desea el mérito, el reconocimiento ni nada que se le parezca. Sus cuentas están secretas bajo seudónimos, pero todas van a otra en Japón gestionada por mi padre y su hermano.
Mi tío se llama Hero, de él aún no había hablado. Sí, mi hermano se llama como él. Es mucho más joven que mi padre, se casó hacía unos meses y la verdad es que mi padre tiene razón. Todos los Sakurai hemos nacido para el arte y los negocios, además de para los deportes y peleas. Somos pasionales, sensibles y también atraemos las buenas inversiones.
Al llegar a casa choqué con mi madre en su nueva salida. Iba con mi hermano de la mano, lo llevaría al dentista y Hero prácticamente rabiaba. Le daban miedo las agujas, también el equipo del dentista y todo lo que tuviera que ver con un hospital. Gritaba y pataleaba, mi madre seguía tan fría como siempre y lo tomó en brazos prácticamente. En la puerta esperaba ese maldito capullo, se subieron y mi hermano me rogaba con la mirada que lo ayudara. Pero, una buena revisión no le iría mal. Era necesario que se cuidara los dientes. La boca, las manos y los ojos son lo que más hablan de nosotros. Si descuidamos nuestras manos, dejamos a un lado el buen aliento y nos ocultamos tras unas gafas gruesas perdemos el encanto.
Nada más subir a mi habitación me conecté a Internet. Deseaba saber si Anne estaba conectada. Quería quedar con ella en unas horas, después de comer y terminar mis ejercicios pero antes de mis clases de Tai Chi Chuan, Kendo, Judo y Muay Thai. Eran ocho horas encerrado en un gimnasio, a veces incluso diez u once. Si tenía un torneo cercano me centraba en una de las diez artes marciales que conocía. Era y soy bueno en todas, pero sobretodo en Aikido. El Aikido es mi favorito, es más bien de defensa y con la defensa haces que el atacante caiga. Toda la fuerza que se oprima contra ti tú puedes enviársela, como si fuera un hermoso regalo envuelto en miles de papeles celofán.
Sin embargo, ella no estaba. Estuve esperándola dos horas mientras rellenaba las casillas de inglés, hacía test de francés, resolvía logaritmos y terminaba una redacción de Historia del Arte. Era demasiado para mí, ese instituto nos preparaba a conciencia aunque algunos compraban sus notas. Mi padre y mi madre se negaban, no harían eso jamás conmigo aunque todos así lo pensaran. Me costaba sudor y sangre ser el mejor, destacar, y todo porque mi orgullo así lo pedía. Ella no se conectaba y decidí seguir estudiando, haciendo apuntes mejores que los que tenía. Cuando llegó la hora apagué el ordenador y me fui al gimnasio. Allí descargué toda mi furia, quería verla y hablar de iniciar algo. Quería hacerlo formalmente. Comenzar una relación no es sencillo, hay que ir poco a poco. Un paso en falso y todo se podía ir al demonio.
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