
Sin embargo, ella no estaba. Estuve esperándola dos horas mientras rellenaba las casillas de inglés, hacía test de francés, resolvía logaritmos y terminaba una redacción de Historia del Arte. Era demasiado para mí, ese instituto nos preparaba a conciencia aunque algunos compraban sus notas. Mi padre y mi madre se negaban, no harían eso jamás conmigo aunque todos así lo pensaran. Me costaba sudor y sangre ser el mejor, destacar, y todo porque mi orgullo así lo pedía. Ella no se conectaba y decidí seguir estudiando, haciendo apuntes mejores que los que tenía. Cuando llegó la hora apagué el ordenador y me fui al gimnasio. Allí descargué toda mi furia, quería verla y hablar de iniciar algo. Quería hacerlo formalmente. Comenzar una relación no es sencillo, hay que ir poco a poco. Un paso en falso y todo se podía ir al demonio.
No logré contactar con ella en todo el día, en la noche caí rendido en la cama. Estaba tan agotado mentalmente como físicamente. Había sido un día duro, demasiado duro. Yo únicamente logré enviarle un sms. Le pedía poder verla, quería verla. No quería presionarla, por eso no llamé a su móvil ni fui a su casa. La desesperación no quedaría bien en mi carta de presentación como posible amante. Lo mejor era dejar que ella se aproximara a mí, pero ya me estaba cansando y desesperando a la vez.
Creo que eran las cinco de la mañana cuando comenzó a sonar el móvil. Yo suelo tener un sueño pesado, aunque me despierto por inercia siempre a las mismas horas. Cuando sonó por cuarta vez logré contestar prácticamente dormido.
-¿Sí?-balbuceé.-¿Quién es?-resoplé estirándome en la cama.
-Soy yo, Anne.-aquella simple frase me despertó del todo.
-¿Qué deseas? Es tarde.-miré el despertador y marcaba las seis de la mañana.-Más bien es demasiado temprano.-recalqué.
-No podía dormir, no puedo dormir por culpa de mi conciencia.-pude percibir que lloraba, pero no sabía porqué lo hacía.
-¿Por qué? ¿Sucedió algo? ¿Estás bien?-estaba preocupándome, incluso sentí ira por si alguien se había propuesto dañarla. Me levanté de la cama y azoté mis cabellos, quería despejarme para atenderla bien en su llamada.
-No te dije la verdad, más bien lo oculté todo. Hizaki, yo no soy una mujer libre y todo lo de ayer fue un error.-eso fue un golpe directo a mi estómago, me sentí tan idiota que la rabia me consumía.
-No puede ser, te pregunté mil veces y dijiste que no.-y era cierto, siempre preguntaba si tenía pareja. Me atraía desde el primer momento, pero nunca hice nada. No veía pie de su parte, esa tarde si la hubo y yo caí rendido a sus pies. Pero al final resultó que tenía pareja, amante o lo que fuera.
-Porque me gustabas, porque me atraías, pero amo a otro y estoy por casarme con él en un año. Él no es de aquí, no vive aquí, es de Japón. Por favor, Hizaki no me odies más de lo que yo me odio.-colgué el teléfono y lo tiré a la cama.
-Zorra.-susurré buscando mi ropa deportiva, me la puse y me calcé las deportivas.-Eres una jodida zorra como todas.-repetí colocándome un gorro de lana para evitar la humedad en mi cabeza y me puse una bufanda.
En unos cinco minutos me encontraba corriendo por las calles de la ciudad. Era aún de madrugada, todo oscuro y lo único que iluminaba era las farolas desperdigadas por las aceras. Corría sin importarme nada. No paré hasta llegar al mirador. Eso estaba prácticamente al otro lado de la ciudad, me desfogué de ese modo observando la ciudad despertar y notar como la nieve comenzaba a caer. Danzaba en el aire cayendo sobre los coches, tejados, viandantes y sobre mí. Jadeaba aferrado a la barandilla del lugar y allí rompí a llorar. No me agradaban las mentiras y más cuando lo hacían a sabiendas de que podía dañarme.
-¡Zorra!-grité con toda la rabia que se engendraba en mi alma.-¡Eso es lo que eres! ¡Una puta zorra!-tras ello me arrodillé comenzando a llorar aún más intenso.-¡No me vas a volver a ver desgraciada!-me dejaba las cuerdas vocales en aquella pequeña liberación matutina. Después únicamente me encendí un cigarrillo y le di una buena calada. No solía fumar, pero en momentos como ese lo necesitaba.
Ese día tampoco fui a clases, me pasé el día entero el gimnasio. Hice todo tipo de ejercicio, también hice los típicos que me tocaban a su hora y fui a la piscina tras una buena ducha. Al llegar a casa mi madre puso el grito en el cielo, me amenazó con prohibirme el Aikido y también Internet. No me importaba, todo lo que me decía terminaba rebotando. En ese instante nada me hacía salir de mis ganas de huir de todo lo que había pasado con Anne.
El móvil lo dejé en casa, tenía cincuenta llamadas perdidas. Algunas eran de mi madre y de su asistente, otras de mi padre y unas treinta de ella. También tenía sms y buzón de voz. No lo leí, ni los escuché y ahora tampoco los hubiera leído. No me causaban curiosidad ni necesidad, no quería saber nada de ella.
No logré contactar con ella en todo el día, en la noche caí rendido en la cama. Estaba tan agotado mentalmente como físicamente. Había sido un día duro, demasiado duro. Yo únicamente logré enviarle un sms. Le pedía poder verla, quería verla. No quería presionarla, por eso no llamé a su móvil ni fui a su casa. La desesperación no quedaría bien en mi carta de presentación como posible amante. Lo mejor era dejar que ella se aproximara a mí, pero ya me estaba cansando y desesperando a la vez.
Creo que eran las cinco de la mañana cuando comenzó a sonar el móvil. Yo suelo tener un sueño pesado, aunque me despierto por inercia siempre a las mismas horas. Cuando sonó por cuarta vez logré contestar prácticamente dormido.
-¿Sí?-balbuceé.-¿Quién es?-resoplé estirándome en la cama.
-Soy yo, Anne.-aquella simple frase me despertó del todo.
-¿Qué deseas? Es tarde.-miré el despertador y marcaba las seis de la mañana.-Más bien es demasiado temprano.-recalqué.
-No podía dormir, no puedo dormir por culpa de mi conciencia.-pude percibir que lloraba, pero no sabía porqué lo hacía.
-¿Por qué? ¿Sucedió algo? ¿Estás bien?-estaba preocupándome, incluso sentí ira por si alguien se había propuesto dañarla. Me levanté de la cama y azoté mis cabellos, quería despejarme para atenderla bien en su llamada.
-No te dije la verdad, más bien lo oculté todo. Hizaki, yo no soy una mujer libre y todo lo de ayer fue un error.-eso fue un golpe directo a mi estómago, me sentí tan idiota que la rabia me consumía.
-No puede ser, te pregunté mil veces y dijiste que no.-y era cierto, siempre preguntaba si tenía pareja. Me atraía desde el primer momento, pero nunca hice nada. No veía pie de su parte, esa tarde si la hubo y yo caí rendido a sus pies. Pero al final resultó que tenía pareja, amante o lo que fuera.
-Porque me gustabas, porque me atraías, pero amo a otro y estoy por casarme con él en un año. Él no es de aquí, no vive aquí, es de Japón. Por favor, Hizaki no me odies más de lo que yo me odio.-colgué el teléfono y lo tiré a la cama.
-Zorra.-susurré buscando mi ropa deportiva, me la puse y me calcé las deportivas.-Eres una jodida zorra como todas.-repetí colocándome un gorro de lana para evitar la humedad en mi cabeza y me puse una bufanda.
En unos cinco minutos me encontraba corriendo por las calles de la ciudad. Era aún de madrugada, todo oscuro y lo único que iluminaba era las farolas desperdigadas por las aceras. Corría sin importarme nada. No paré hasta llegar al mirador. Eso estaba prácticamente al otro lado de la ciudad, me desfogué de ese modo observando la ciudad despertar y notar como la nieve comenzaba a caer. Danzaba en el aire cayendo sobre los coches, tejados, viandantes y sobre mí. Jadeaba aferrado a la barandilla del lugar y allí rompí a llorar. No me agradaban las mentiras y más cuando lo hacían a sabiendas de que podía dañarme.
-¡Zorra!-grité con toda la rabia que se engendraba en mi alma.-¡Eso es lo que eres! ¡Una puta zorra!-tras ello me arrodillé comenzando a llorar aún más intenso.-¡No me vas a volver a ver desgraciada!-me dejaba las cuerdas vocales en aquella pequeña liberación matutina. Después únicamente me encendí un cigarrillo y le di una buena calada. No solía fumar, pero en momentos como ese lo necesitaba.
Ese día tampoco fui a clases, me pasé el día entero el gimnasio. Hice todo tipo de ejercicio, también hice los típicos que me tocaban a su hora y fui a la piscina tras una buena ducha. Al llegar a casa mi madre puso el grito en el cielo, me amenazó con prohibirme el Aikido y también Internet. No me importaba, todo lo que me decía terminaba rebotando. En ese instante nada me hacía salir de mis ganas de huir de todo lo que había pasado con Anne.
El móvil lo dejé en casa, tenía cincuenta llamadas perdidas. Algunas eran de mi madre y de su asistente, otras de mi padre y unas treinta de ella. También tenía sms y buzón de voz. No lo leí, ni los escuché y ahora tampoco los hubiera leído. No me causaban curiosidad ni necesidad, no quería saber nada de ella.
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