4/7/09

De los errores se aprende III


Me estuve informando porque me atrajeron en cierta forma, eran especiales entre los desechos que campaban a sus anchas en ese lugar. Yo no solía ir, iba siempre al club social, si bien me cansé de los niños que se creían dueños de imperios cuando únicamente serían sus herederos. No sabían lo que era la realidad ni el trabajo duro. Esos chicos sí, pero aún así tenía ganas de patear al tal Amaury o Dios Oscuro como solía llamarse.

Me volví a casa algo magullado, aunque no demasiado. El móvil lo había dejado en la cama y al mirarlo había como treinta mensajes de Mario. No iba a responder, no quería verle. Los borré sin mirarlos y apagué el móvil para no escuchar sus llamadas perdidas. Gastaría el dinero inútilmente. Aún era medio día, Clara entró para preguntar si iba a comer o si me marcharía para almorzar con ese amigo mío. Cuando mencionó a Mario, aunque ella no sabía su nombre, mis ojos se cargaron de odio y debieron de asustarla para que se marchara sin decir nada más.

Pasadas unas horas llamaron a la puerta, era Yue con el resto de mi banda. Tras los exámenes solíamos quedar para ensayar. Todos estábamos emocionados con varios temas que habíamos compuesto y pasado por la mensajería instantánea. Era lo típico de una pandilla de adolescentes. Poseíamos un myspace, una web de contactos y un blog. Cuando entraron en mi habitación se empezaron a reír al ver mi cara de pocos amigos.

-¿Una de tus conquistas no quiso bajarse las bragas?-preguntó Ismael sentándose en los pies de mi cama con esa sonrisa de cabrón sin remedio.

Sus padres eran nuevos ricos, él se crió en un barrio humilde y no le daba demasiada importancia al dinero o las cenas de gala. Pensaba en sus estudios, ser un ingeniero y trabajar para una gran compañía diseñando nuevos motores para la formula uno. Además de eso amaba la música y la guitarra, estaba aferrado a ella y no la soltaría hasta el día de su muerte o eso nos decía. Sus raíces eran españolas, aunque también tenía húngaras y rusas.

-Yue ¿por qué no le das una de tus galletas caseras? Seguro que le alegras.-ella era Aniel. Una chica algo masculina que aporreaba la batería como nadie. Su hermano era Yue. Ambos eran hijos de una de las mejores amigas de mi madre. Ambos eran de padre coreano y madre francesa. Tenían lo mejor de cada cultura o eso decía mi madre, sabía que estaba empeñada en que saliera con ella. Sin embargo a ella le iban más los chicos como Amaury y cia.

-Hola.-murmuró Yue apareciendo con esa fiambrera cargada de calorías para mí.

Su hermano también apareció observándonos a todos, quedándose en silencio. Él era Hiro, Hiromoto, el hermano mayor de ambos fruto de un matrimonio anterior de su padre. Tenía veinte años y era completamente asiático, aunque hablaba seis idiomas siempre estaba en silencio con sus ojos de lechuza clavados en mí. Era nuestro otro guitarra, pues Yue era nuestro bajo.

Los cinco formábamos un grupo denominado “Eternal Light”. Amábamos Death Note y sobretodo al protagonista de aquel anime infernal. Light fue en su nombre, en el nombre de Light Yagami. Era curioso, pues Hiro y sus hermanos se apellidaban igual que él. Queríamos ser como Kira, limpiar el mal de las calles pero eso era imposible. Por lo tanto nos dedicábamos a limpiar nuestras almas expulsando todo lo que nos torturaba. Odiábamos ser los niños ricos, que se nos tachara de superficiales cuando no lo éramos y las fiestas pomposas de alta sociedad. Queríamos una vida común, nada más.

-¿Qué queréis?-pregunté incorporándome.

-Quedar, podemos quedar mañana y hoy dar una vuelta.-dijo Yue recostándose a mi lado. Notaba sus intenciones hacia mí, demasiado bien.

Cuando vinieron a vivir a la ciudad, tras años en París, lo conocí casi inmediatamente. Mi madre pensaba que era el compañero perfecto de juegos. Teníamos seis años, bueno yo prácticamente siete. Al principio me agradaba su compañía, era alguien dulce que parecía aceptar cualquier juego que yo impusiera. Más que dulce era dócil. Pero cuando teníamos diez años algo sucedió, algo extraño. Vino a mí con una postal de San Valentín y yo pensé que era de su hermana. Sin embargo, cuando preguntó que si quería ser su Valentín casi me caigo de espaldas. Estuve meses sin hablarle, me sentía mal por haber tenido un comportamiento tan abierto con él y que pensara que podía suceder algo entre ambos. Si bien lo entendió, que él y yo sólo podíamos ser amigos.

Yue era alguien que siempre estaba ahí. Nunca dejé de intuir que seguía enamorado de mí. No salía con chicas y tampoco con chicos. No se apartaba demasiado tiempo de mí, tenía cientos de mails suyos de todo tipo. La mayor de las pistas sobre que su comportamiento era de enamorado era que siempre recordaba fechas importantes para mí, me adulaba y más de una vez había pedido dormir en mi cama las noches que habíamos quedado a estudiar.

-Hizaki.-cuando escuché su voz volví a mi mundo.

-¿Podemos quedar otro día?-pregunté.-No me encuentro bien.-dije cerrando los ojos con la mirada algo confusa.

El bebé, todo era por culpa del bebé, y pensar que el Karma me devolvía el rechazo de Yue. Podía empezar algo con él y que todo fuera bien. Pero no lo amaba, le quería como a un hermano y nada más.

-Vale, nos vamos y volvemos otro día.-dijo Ismael que se levantó tomando de la mano de Aniel. Ella era su novia, por así decirlo.

Todos se marcharon menos Yue, él se tumbó a mi lado acariciando mi rostro. No dije nada, tan sólo dejé que esas caricias me relajaran.

-¿Yo también molesto?-preguntó abrazándome.-Sé que te pasa algo.-dijo con una sonrisa en su rostro.-Pero yo haré que nada pase.-cuando dijo aquello, no sé porqué, pero lo besé. Él siguió el beso con los ojos cerrados, dócil, mientras se aferraba a mi camiseta y yo únicamente lo observaba.

Al separarnos él parecía un pequeño tomate, estaba nervioso y confuso. Se tocaba los labios y me miraba. Ardían, sabía que le ardían.

-¿Por qué?-interrogó meditativo.

-Tenía ganas de hacerlo desde hace mucho tiempo.-él sonrió con esa pequeña mentira, creo que el brillo de sus ojos se intensificó.

-¿Tú también me amas?-preguntó y no supe qué decir.

-Me gustas mucho.-sí, el chico era atractivo, no mentía en ello. Sin embargo, el termino gustar no era preciso.

-Te parecerá un descaro pero tu madre no está, no está tu hermano y tan sólo el servicio.-comenzó a tocar mi entrepierna.-¿Si lo hacemos bajito se enteraran?-estaba nervioso, tan agitado que temblaba al menor roce.-Soy virgen, no pienses mal, pero me reservaba para ti.-se inclinó y besó mis labios de forma dulce.-¿Seremos novios? Lo llevo esperando nueve años.

-Lo sé, pero no estaba preparado para tener un chico como pareja.-mentí y él se sintió como en las nubes, lo pude notar.

-¿Realmente has estado pensando en mí? ¿sí?-parecía una chica emocionada el día de su graduación, del baile de fin de curso, y esperando que su chico la tomara de la mano para bailar.

-Sí.-dije bajando mi bragueta y observando que la puerta estuviera cerrada.-¿Quieres hacerlo?-pregunté esperando que dijera que sí. Quería un desfogue, aunque luego me arrepintiera.

-¿Somos novios?-murmuró aquella pregunta mientras sacaba mi miembro y lo observaba algo intranquilo. Estaba trémulo, juraría que a parte de la suya no había visto otra.

-Lo que tú quieras.-agarré su nuca y pegué su cara a mi sexo.-Humedécelo, haz que se ponga duro para ti.

-No.-se apartó.-No quiero ser tu novio porque yo lo quiera, ¿somos novios porque tu quieres?-interrogó esperanzado.

-Yo lo daba por hecho.-sonreí y él se inclinó de nuevo para lamerlo con timidez.




Dedicada a Miho

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