15/8/09

Marimacho a la vista XIII


La semana fue tortuosa. Los ensayos para la obra del Tenorio, el gimnasio, los exámenes y sobretodo Yue. Él pedía que estuviera pendiente a él durante todo el tiempo que fuera posible. Se pasaba el día entero pegado a mí, sobretodo en la hora del almuerzo. Siempre me pedía que fuera a comer a su casa, allí sus hermanos me miraban de forma inquisidora. Eran mis amigos, pero era su hermano pequeño y ambos no veían bien que yo jugara al don Juan con él. Él lo había contado todo a su familia, su madre intentaba ser discreta con mi madre y su padre igualmente con el mío. Ellos deseaban que yo tomara mis decisiones de hacerlo público o no.

-Hizaki.-dijo Aniel en uno de esos almuerzos, siempre permanecía callada observándome.

-¿Sí?-interrogué mientras comenzaba a tomar las natillas que había preparado Yue.

-Si haces daño a mi hermano te saco los higadillos por la boca.-tragué saliva cuando dijo aquello.-Y no sólo los higadillos.

-¡Ani!-gritó Yue prácticamente de inmediato.-No le digas eso a mi chico, no seas cruel con él.-recostó su cabeza sobre mis hombros y yo sentí que mi apetito se perdía de nuevo.

-Debo de retirarme.-dije levantándome con un leve gesto de cortesía.-Todo estaba excelente.

-¡Cobarde!-me reprochó ella levantándose indignada.

-Siéntate, no des la comida por favor.-intervino Hiro.-Cada cual hace lo que crea conveniente en su vida, tú harás lo que creas en tu vida.-su voz era muy masculina pero su tono siempre era suave, como si fueran susurros. Parecía no querer desentonar como lo hacíamos los tres en cada momento.

-No te vayas Hizaki.-me miró con aquellos ojos de niño caprichoso.-Si te quedas podemos ir luego a pasear, es viernes, y seguro que podemos ir a escuchar jazz al Pub City.

-Debo de estudiar bien algunas asignaturas.-le di un suave beso en la frente.

-No Hiza.-dijo tirando de mi uniforme.-Anda quédate.-su hermana me fulminaba, ella simplemente me quería lejos de su hermano pequeño.

-Tiene que irse, déjalo.-dijo Hiro sin inmutarse.

-Nos vemos otro día.-tomé mis cosas y me marché de la casa.

De camino a la mía medité seriamente lo que hacía. No lo quería, me forzaba a decirle te amo y me buscaba aunque no deseaba ser encontrado. Las pruebas de paternidad fueron positivas, pero para ir a realizarlas tuve que mentirle a él más que a mi propia madre. Cuando supe el resultado fue como un jarro de agua fría sobre mi cabeza. Rogué mil veces perdón, ella dijo que no importaba porque yo me quedaría con el niño y ella volvería a Japón. No quería saber nada más de mí como pareja, yo tampoco, y mucho menos como amigos, eso estaba claro. Me puse en contacto con una abogada cercana a la familia, más próxima a mí que a la familia. Tuvimos algo, pero todo se paró antes de que su marido se enterara. Ella redactó todos los papeles donde dejaba claramente estipulado que el niño era mi hijo y que yo sería su único tutor legal.

Al llegar a casa y subir por las escaleras vi aquel mueble, ese donde aún se veía alguna foto de mi padre junto a mí. Me pregunte si sería como él con mis hijos o todo un desastre. Tenía un miedo atroz y el que era mi pareja no parecía maduro para entenderme. Todo lo llevaba en secreto y me sentía como colilla usada. Según la moral y el honor me debería casar con ella, eso haría un buen chico de hace unas décadas. Si bien, yo no quería estar con esa mujer y ella tampoco conmigo. Para mi fortuna el mundo había cambiado, podría tener a mi hijo y todo iría bien. Aunque no estaba seguro de la reacción de mis padres, mis amigos y de aquel que decía amarme.

Me encerré en mi habitación y me quité la ropa, la dejé tirada por cualquier lugar del cuarto y me metí bajo la regadera. No miré si estaba listo el termo no, simplemente quería agua para aclarar las ideas. Comencé a llorar. Estaba frustrado, todos mis sueños se irían por el sumidero. No quería perder lo que era parte mía, era como si se evaporara algo propio. Además entrañaba riesgos un embarazo tan desarrollado y sabía que esa culpa estaría siempre sobre mis hombros. Pegué mis manos a los azulejos, las palmas bien pegadas, mientras notaba mi cuerpo temblar. El agua corría por mi pecho y mi espalda hasta mis piernas. Empapé mi cara, quería borrar el rastro de las lágrimas y sobretodo de mi estupidez. Iba a ser padre y se hundía mi mundo por completo, me estaban obligando a crecer demasiado rápido. Yo quería seguir siendo un adolescente sin preocupaciones.

Tras mi ducha miré el móvil y tenía varios mensajes de Yue, también uno de mi padre. Me decía que tendríamos un día de motos al fin. Sonreí al ver la fecha, era al día siguiente, y así tendría que decirle a mi pareja que no podría verlo. Aquello fue un regalo, más que un castigo. Para otro supondría tener que dejar de ver a la persona amada, para mí era dejar de ver a mi segundo hermano pequeño al que cuidar y tener que consentir.

Me tumbé en la cama con la toalla en la cintura, estaba con los brazos extendidos y las piernas paralelas. Imitaba quizás el símbolo de Jesús en la cruz, pero no era mi intención. Mis ojos se cerraron, sentía mi cabeza embotada con tanta información recibida y mi estómago revuelto. Vería a mi hermana, la que decían que era mi hermana.

-¿Y cómo eres Marimacho-sama?-dije con una sonrisa en mis labios.-Dijo que eras fuerte como un chico, que eras su vivo retrato de joven y con un estilo algo punk.-suspiré.-Ya no soy el mayor.-me encogí entonces en forma fetal y quedé en silencio.

Pronto comencé a escuchar el sonido de una tormenta. Podía notar la lluvia caer deslizándose por la ciudad como pequeñas serpientes. Las lágrimas de Dios, así las llamó una vez mi Padre. Yo simplemente sentí deseos de salir corriendo y caminar bajo ella. Pero si lo hacía seguramente me vería Yue. Él vivía a pocos metros, podía estar vigilando mi casa y si estudiaba o no.

Me levanté y me puse una camiseta, unos boxer y me asomé a la ventana. El agua chocaba violentamente contra los cristales, demostraba la ferocidad de la madre naturaleza. El olor a tierra mojada comenzó a notarse, creo que tuve que abrir la ventana sólo para olfatearlo en el aire. Necesitaba eso, un poco de libertad y de naturaleza viva. Quería alejarme de las flores de plástico y de los tubos de escape de los coches. Odiaba la ciudad, amaba el campo y el tiempo que estuve con mi padre noté paz en mi alma.

Cerré la ventana antes de pillar un catarro, hacía frío y yo estaba prácticamente desnudo. Me metí en la cama y me tapé la cabeza. Mis cabellos aún estaban húmedos, así que tuve que levantarme para secarlos y volver a estar bajo las cobijas. Amaba el invierno, deseaba que volviera y tan sólo sentía como se aproximaba más y más la primavera.

-¡Hiza!-gritó mi hermano entrando en mi habitación.-¡Truena! ¡Truena!-se metió conmigo en la cama temblando.

-Son truenos ¿y qué?-un relámpago iluminó el cielo, también mi habitación que estaba en penumbra.

-Me dan miedo.-susurró aferrándose a mi camiseta.

-Por favor… ya eres grande para eso.-dije acariciando sus cabellos y su rostro. Noté que había estado llorando, es más aún lo hacía.-Hero no pasará nada, yo estoy aquí.

-Pero papá no.-murmuró y yo lo estreché un poco más. No quería que sintiera el vacío de mi padre, pero supongo que era inevitable.

-Papá está bien, papá ama la lluvia y las tormentas como yo.-besé su frente.

-Papá también huele como tú, tú te pareces a papá.-dijo algo más tranquilo y noté que su respiración agitada se iba normalizando.-Yo no me parezco tanto a él, tampoco me parezco a mamá. No sé a quién me parezco.

-Tú eres la armonía perfecta de un egocéntrico y de una histérica con rostro de hielo.-susurré y él comenzó a reír bajo, hasta que notó otro trueno y se aferró a mí con más fuerza.

-¿Puedo quedarme?-susurró en un balbuceo. La única respuesta que le di fue arroparlo un poco mejor y acariciar sus mejillas.

No paraba de preguntarme si cuidaba bien de él, si alguna vez lo hice mal y si sufrió por ello. Lo mimaba demasiado, sin embargo él se dejaba hacer. No tenía culpa de que me mirara con esos ojos enormes y rasgados, era imposible decirle que no a cualquier cosa que pidiera. Sin embargo, él pocas veces pedía o rogaba por algo material. Era un buen niño, pronto sería adolescente y finalmente un adulto. Odiaba pensar que algún día no me necesitaría y no vendría a pedirme un poco de cariño. Era mi hermano pequeño y por en esos días era lo único que tenía como apoyo real.

Cuando la tormenta acabó él estaba dormido. Yo tan sólo lo dejé en el cuarto bien arropado y fui a por algo de comer. Subí un pequeño bocadillo con crema de avellanas y un batido de vainilla. Lo dejé en la mesilla con una nota, por su despertaba, para que supiera que era para él. Regresé a la cama acostándome a su lado, acariciando sus cabellos y besando nuevamente su frente.

Clara subió y abrió la puerta, ella no dijo nada y se quedó observándome. Después se aproximó a mí y susurró algo que no pude olvidaré nunca. Es espeluznante pensar en esa frase en un momento en el cual tanto la necesitaba oír.

-Serás un buen padre cuando te llegue la hora.-tras eso yo simplemente quedé en silencio mirando a mi hermano y como ella se iba.

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