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-Un pez gordo.-gruñó.-De esos que me gusta golpear durante horas por creerse mejor que otros, por escupir en la cara de las chicas que le acompañan porque tiene tanto dinero que sabe que puede encontrar a otra y a otra. Esos niños ricos que no soporto porque son tan niños de papi que no ven a dos metros la realidad.-sonrió de lado y me miró.-Tienes suerte de no ser como ellos, porque entonces creo que tendrías el cuerpo lleno de magulladuras.
-Cállate.-gruñí.-Ni me los recuerdes.-él revolvió mis cabellos y me enganchó con su brazo.-Odio a los tipos de mi instituto, no sé como fui amigo de alguno de ellos y pensé que eran distintos.
-Niños ricos de papás superforrados y sin ganas de hacer nada bueno en la vida, claro que salvo dirigir las empresas de sus papás y decir en alguna revista que fueron hechos a sí mismos.-dijo sonriendo de lado.-Tú has aceptado cierta ayuda de tu padre, pero le has puesto huevos a decir que no quieres ser empresario.
-Mi padre es artista Max, por mucho que se vista con traje chaqueta lo es.-dije mirándolo de reojo.-Es algo que está en mis genes, corriendo por mi sangre hasta mi cerebro. No puedo evitarlo, es algo que tengo y algo que quiero explotar. No puedo estarme quieto y al final estoy escribiendo una novela.-suspiré bajo y le miré de reojo una vez más.-Te vas a reír pero el protagonista es Olivier.
-No me río.-comentó bastante serio.-Es normal que lo hagas eje de tu vida, centro de tu universo, y que dejes de mirarte el ombligo a ver si tienes pelusas nuevas.-dijo recostándose en el banco estirando sus piernas hacia la fila siguiente.-Verás todo color de rosa, aunque no lo sea, y querrás rescatar a la Julieta de su balcón.-me señaló con el dedo índice y sonrió.-No seas idiota, no te dejes engañar, pero mientras dure disfruta.
-No me dejo engañar, él no quiere nada conmigo y a la vez he podido sentir sus celos.-mascullé.-No sé que le pasa.
-Es un ni contigo ni sin ti.-replicó con una sonrisa burlona.-Eres un mocoso incluso para eso, aunque tengas la salchicha llena de pelos.
-¡Max!-grité molesto.
-¿Qué? A ver cuando lo podas un poco.-lo agarré por el cuello intentando asfixiarlo.-¡Hizaki que me despeinas!
-¡Te voy a despeinar a hostias!-grité molesto.
-¡Sólo te he dicho que rasurado gusta más!-dijo aquello en voz alta, y tan alta, varias personas se giraron hacia nosotros.
Me aparté de Max con rapidez quedándome rojo y con la vista pegada a los bancos. Él se reía a carcajada casi sin poder parar, creo que le dio el estúpido ataque de risa ante mi comportamiento infantil y atolondrado. Se acercó a mí y me tomó del mentón con una sonrisa en sus labios, esa maldita boca que soltaba verdades más duras que sus puñetazos.
-Max.-mascullé temblando.
-¿Qué? ¿Te avergüenzas?-interrogó y me enganchó de nuevo.-Piensa algo Hizaki el cuerpo humano es algo natural y sólo nos vestíamos para resguardarnos del frío.-decía aquello con total convicción, pero tenía razón.-Ser naturista es normal y más en un joven sin complejos. Yo ya soy alguien viejo como dijo Hero y he pasado por algo que no se lo desearía a nadie, ni al peor de mis enemigos.
-Tu transexualidad.-murmuré quedándome serio y relajado. La voz de Max tenía esa capacidad en cualquier persona. Un tono neutral entre hombre y mujer, una sonrisa de canalla y una mirada clara tan profunda como las palabras que iba susurrando.
-Es un paso duro, más si lo haces en edad tardía. Todo el mundo te señala, te conoce, y la mayoría no lo hace con sanas intenciones.-tomó aire y lo dejó ir en suspiro profundo.-No sabes lo que es enfrentarte a un espejo que no te quiere, o tal vez no lo quieres tú. Gritarle a Dios que te la ha jugado y a veces perder la fe, como también perder la cabeza.-me dio un beso sobre los cabellos y rió.-¡Pero eso fue hace tiempo! ¡Ahora celebremos que estamos tú y yo en un campeonato para darnos de leches con todo el mundo!
Max siempre hacía eso. Siempre me hacía sentir como un mocoso. Creo que me quería parecer a él, a parte de mi padre él era mi modelo a imitar. No tenía miedo al defender lo que creía correcto, era justo y valiente. Siempre tenía una palabra amable, incluso para las personas que no habían sido afables con él. Un hombre que vivía el día a día como un milagro, como un auténtico don. No sabía si creía en Dios o había dejado de creer en él. A veces uno deja de creer en Dios por motivos como ese, porque la naturaleza hace lo incorrecto. Pero supongo que él seguía creyendo en que algo predestinaba todo, que la transexualidad tal vez le había hecho ser más fuerte y más hombre que todos los que estábamos allí. Veía el cuerpo como algo usual, los desnudos no le imprimían vergüenza o preocupación. Él estaba completo, él siempre había sido un hombre... uno de los nuestros.
Nos quedamos en silencio observando como las chicas luchaban. Creo que sus ojos no estaban en la técnica, sino en la parte superior de las competidoras. Era un maldito diablo del porno, siempre estaba con la palabra sexo en la boca fuera por broma o como “Gurú del amor”. No comprendía a las mujeres, creo que para él eran un mundo a parte, y solía decir que ni ellas mismas se comprendían entre sí. Sin embargo, sabía hacerlas sonreír y calmarlas cuando deseaban llorar. Se podía decir que era un pervertido con cierta capa de dulzura. Era el tipo de personas afables que parecían felices porque sí, pero él en el fondo era oscuridad y pura soledad. Supongo que su sonrisa y sus bromas maquillaban la realidad cruel que se presentaba ante él cada día.
-¿Con quién compites?-pregunté zarandeándolo un poco.
-Con Jorge.-dijo señalando a un chico el doble de alto y ancho que él.
-Te aplastará.-dije alzando mis cejas para luego fruncirlas.-Jamás le vi competir.
-Yo tampoco, eso es lo que me preocupa.-sonrió girando su rostro hacia mí.-No me preocupa lo grande que sea, ni cuanto pese, ni lo enormes que sean sus manos y ni mucho menos si trae su ejército de fanáticas para sacar pompones y jalearlo.-tronó su cuello y sus manos.-Me preocupa su técnica.
-¿De qué academia es?-pregunté con curiosidad.
-De la misma del otro mastodonte que te toca.-comentó indicándome mi contrincante.
-¿Qué carajo comen esos tios?-pregunté mirándolos.
-No lo sé, pero no creo que sea normal. ¿Has visto los brazos?-me preocupaba quedar hecho un cuadro de Picasso cuando tenía una cita en unos días.
-Sí, son como dos cabezas nuestras.-noté como me abrazaba y empezaba a dramatizar.
-¡Nos van a matar! ¡Vamos a morir! ¡Al menos dime que tú no eres virgen!-cuando dijo aquello le golpeé bien fuerte en la cabeza.
-¡Vete a cagar Max!-le volví a dar un gancho de derecha y él simplemente lo paró con una de sus manos.
-No gracias, ya fui al trono esta mañana.-alzó un dedo con su sonrisa característica.
Noté como una mano golpeaba mi hombro y luego el de Max. Al girarnos vimos a Vincent. Era uno de nuestros amigos en aquel gimnasio. Su aspecto era el de un chico de raza negra, pero en realidad era mestizo. Su padre era japonés y su madre cubana. Él tenía grandes habilidades como su rapidez y su aguante, sin embargo aún no había perfeccionado sus golpes.
-A vosotros os ha tocado los mastodontes, a mí el flacucho con cara de chupar limones.-comentó indicándolo con un movimiento de cabeza.
-Pero ese es de nuestro gimnasio.-murmuré.
-Sí, pero es lo que ha tocado. No me gusta pegarme con compañeros, nunca me gusta usar las técnicas que sabe mi atacante. Pero bueno, es algo que tenemos que superar.
-Eres un capullo con suerte, tú eres algo y grande... pero te toca el pringao que mide la mitad que mi pene.-cuando hizo ese comentario el chico lo miró con muy mala cara, Max sólo sonrió abierta mente haciendo la señal de victoria.
-Un día te partirán la boca.-mascullé.
-Me la han partido tantas veces.-dijo encogiéndose de hombros.-Una más creo que no se notará.
-Dejaros de tonterías, que el campeonato femenino ya acabó.-nos indicó Vincent.-El primero en luchar eres tú Max.
-Eso lo sé, lo sé.-comentó levantándose para quitarse la parte de arriba del conjunto.-Mi especialidad es el boxeo, el boxeo va antes que las artes marciales.-nos guiñó colocándose los guantes.-Recordar mi cara para que luego le digáis al cirujano plástico lo guapo que era.
Nada más subirse al cuadrilátero sonó la campana. Esquivaba bien los golpes, uno tras otro. Ese hombre no se cansaba. Creo que deseaba aplastarlo allí mismo. Los músculos de Max demostraban que estaba en tensión, que deseaba golpear bien duro. Se movía con agilidad, una destreza increíble, su oponente era más pesado y tardaba en dar los golpes. En uno de esos giros pesados le dio bien con la derecha y luego con la izquierda. Max era ambidiestro y se le daba bien machacar al oponente con ambos brazos, usaba los dos con la misma certeza y brutalidad. Sin embargo, eso no era suficiente. La rabia no terminaba de surgir.
-¡Machácala! ¡Es una puta tia! ¡Machácala como dijo nuestro entrenador!-eso me hizo gruñir bajo, escuchar esas palabras del capullo que tenía que enfrentarse a mí me sacó de quicio.
-¡Maldito hijo de puta! ¡No es una mujer!-dije siendo sostenido por Vincent mientras me enfurecía más y más, no tenía control. Estaban burlándose de mi amigo, de uno de mis mejores amigos por no decir el mejor de todos.-¡Max! ¡Mátalo! ¡Quiero su cabeza! ¡Max!
Me di cuenta como golpeaba, daba golpes aún más fuertes y certeros. El tipo al final cayó. Un sólo asalto. Le duró un sólo asalto. Hizo que cayera redondo inconsciente. Tuvieron que llamar a los equipos de emergencia que estaban fuera del gimnasio. Estos tan sólo dijeron que debían llevarlo al hospital, puesto que parecía demasiado aturdido tras golpearse bien duro la cabeza contra el suelo del cuadrilátero.
-¡Y el ganador es Max!-dijo alzando su brazo izquierdo y él solo miró al público con una mirada propia de un dios. Esos ojos fulgurantes le daban un toque divino, casi imbatible.
Se bajó y caminó hacia el lugar donde estaba el repartidor del agua para los competidores. Se echó una botella encima y subió hacia donde estábamos subidos, pero se giró y subió de nuevo al cuadrilátero. Agarró el micro del juez y miró a los presentes.
-¡Si alguien más tiene dudas sobre mi masculinidad que me lo diga! ¡Encantado los mando junto a ese a la UVI!-gritó a pleno pulmón haciendo que todos se quedaran en silencio.-¡Y tú capullo si no te parte la crisma mi compañero lo haré yo mismo, con mis propias manos!-devolvió el micro y ya si subió hacia las gradas sentándose aún resoplando.
-Hizaki prométeme que actuaras con la mente clara.-dijo Vincent aún sin soltarme.
-Quiero arrancarle la cabeza a ese capullo, deseo que ni su madre lo reconozca cuando vaya a su funeral.-gruñí y vi a mi hermano venir hacia nosotros.
-¡Eres mi héroe!-gritó abrazándose a Max.-¡Como pegas! ¿Tú me defenderás cuando me peguen?-preguntó mirándole a los ojos.
-Estoy sudado niño.-dijo sentándolo a su lado.-¿Quieres que vayamos a comer helado luego?-comentó revolviéndole los cabellos.
-¡Helado! ¡Helado!-gritó de nuevo aferrándose a él.
-Yo cuidaré de tu hermano, tú cuídate ahí abajo.-fueron las últimas palabras que escuché antes de ir al rin.
Yo era otra categoría distinta, era competición de Akido. Mi oponente subió al cuadrilátero y yo me quité la parte de arriba del kimono. Miré con furia al tipejo y empezó a recibir bien fuerte. A mí me golpeó en la boca, hizo que mi labio sangrara, pero él se quedó para el arrastre. Golpe tras golpe iba debilitándolo, destrozándolo, dejándolo bien magullado.
-¡Arráncale la cabeza!-escuché por parte de Max.
Mi último golpe hizo que cayera antes que sonara el primer tiempo. El tipo cayó desplomado y con el rostro hinchado además de todo el cuerpo magullado. Yo sólo tenía el labio roto y si me hubieran permitido hubiera seguido golpeándolo hasta romperme los nudillos. De nuevo una camilla tuvo que retirar al combatiente. No era normal esa furia en nosotros, se ganaba y nada más, pero esos dos habían hecho algo que era innoble e impropio de un lugar como aquel. No sabía como habían descubierto lo de Max, aunque tuvo algunos problemas al inscribirse hacía un par de años.
Al subir los peldaños me encontré con mi primer club de fans. Mis fans eran Max, Hero y Vincent. Los tres me jaleaban mientras me limpiaba el golpe con la parte de arriba del kimono.
-Tú ve a la enfermería.-me dijo Max.-En serio, yo cuido al chico.-dijo sentándolo sobre sus piernas.-¿Quieres saber el mejor golpe que se puede dar a un capullo como ese?
-¿En la entrepierna?-cuando dijo eso mi hermano él se echó a reír a carcajadas.
-Mira, no caí en ello.
Las competiciones se sucedieron unas tras otras. Cinco horas más tarde, tres burritos en nuestros estómagos, llegó la final. Max cayó con el anterior competidor, también de nuestro gimnasio, y yo llegué casi entero. Como pude luché por el título, entre las distintas academias y gimnasios, y lo conseguí.
Hero se divirtió de lo lindo. Parecía disfrutar de las peleas de otro, aunque él decía que no se sentía preparado para luchar. Yo sabía que era un gran atleta, si bien deseaba ir por otros derroteros. Al vencer él bajó corriendo por las gradas y se abrazó a mí todo orgulloso. No tuve muchos desperfectos en la cara, pero sí en el cuerpo. Reconozco que me dieron una buena paliza los cinco con los que luché. Si bien, lo agradecí.
Max simplemente estaba con un ojo morado y un labio roto, el cuerpo casi perfecto. Vincent si bien estaba hecho un cristo. Pero era la diversión sana, o no tan sana, a la que nos entregábamos en cuerpo y alma.
Comimos en un puesto ambulante que habían montado frente al gimnasio, lo hacían cuando había este tipo de competiciones. La verdad es que jamás había comido tan barato y tan bien. Fueron unos burritos que jamás he olvidado, los mejores que comí en aquella época. Últimamente me alimentaba de comida precocinada, echaba de menos a Clara y sus guisos.
-¡Quiero helado! ¡Celebremos con helado!-gritó Hero alzando los brazos cuando nos marchamos hacia donde estaba el resto.
-¡Helado de chocolate!-exclamó Max como un niño pequeño.
-¡Comeremos helado! ¡Helado!-los dos a la vez parecían dos malditos críos.
Vincent y las chicas reían a carcajadas mientras yo intentaba no reír porque me dolía el labio. Fuimos todos en grupo a por unos helados, después llevé a Hero a casa con mi madre. Clara me cuidó el labio y dijo que un día me destrozarían la cara que tenía. Todo aquello hizo que el día se hiciera corto y olvidara que aún faltaba para volver a ver a Olivier.
Al llegar a casa me di una buena ducha y me tiré en la cama. Me acosté sin vestirme, desnudo como estaba, por culpa de no tener instalado aún el maldito aire acondicionado. Desperté varias veces y deambulé por la casa observando el reloj, parecían no moverse las malditas agujas. Una y otra vez fui a la nevera para sacar un refresco, agua, un helado, varios cubitos de hielo y por último un trozo de pizza que no me había comido el día anterior.
Nada más llegar la mañana llegó un calor más intenso. Al ser lunes llamé de inmediato a una tienda de electrodomésticos y rogué que se personaran rápidamente en mi casa, que pagaría el gasto de transporte y que me instalaran un aparato de aire acondicionado para tener refrescada la casa. Mientras no llegaban me di una nueva ducha y tomé un desayuno rápido. Al borde del medio día llamaron al timbre y en poco más de dos horas tenía la instalación completa que se regulaba en toda la vivienda. Me costó caro, pero no importó. Yo no podía con las temperaturas demasiado altas o bajas.
Faltaba un día para que él apareciese, un día para buscar una excusa para aparecer de la nada en su puerta y una disculpa elaborada. No tenía nada para disculparme, nada. Simplemente le quería para mí. No podía controlarme, por mucho que me dijera mi cerebro que me estuviera quieto mis manos se movían solas. Los impulsos eran más fuertes que la razón.
-Cállate.-gruñí.-Ni me los recuerdes.-él revolvió mis cabellos y me enganchó con su brazo.-Odio a los tipos de mi instituto, no sé como fui amigo de alguno de ellos y pensé que eran distintos.
-Niños ricos de papás superforrados y sin ganas de hacer nada bueno en la vida, claro que salvo dirigir las empresas de sus papás y decir en alguna revista que fueron hechos a sí mismos.-dijo sonriendo de lado.-Tú has aceptado cierta ayuda de tu padre, pero le has puesto huevos a decir que no quieres ser empresario.
-Mi padre es artista Max, por mucho que se vista con traje chaqueta lo es.-dije mirándolo de reojo.-Es algo que está en mis genes, corriendo por mi sangre hasta mi cerebro. No puedo evitarlo, es algo que tengo y algo que quiero explotar. No puedo estarme quieto y al final estoy escribiendo una novela.-suspiré bajo y le miré de reojo una vez más.-Te vas a reír pero el protagonista es Olivier.
-No me río.-comentó bastante serio.-Es normal que lo hagas eje de tu vida, centro de tu universo, y que dejes de mirarte el ombligo a ver si tienes pelusas nuevas.-dijo recostándose en el banco estirando sus piernas hacia la fila siguiente.-Verás todo color de rosa, aunque no lo sea, y querrás rescatar a la Julieta de su balcón.-me señaló con el dedo índice y sonrió.-No seas idiota, no te dejes engañar, pero mientras dure disfruta.
-No me dejo engañar, él no quiere nada conmigo y a la vez he podido sentir sus celos.-mascullé.-No sé que le pasa.
-Es un ni contigo ni sin ti.-replicó con una sonrisa burlona.-Eres un mocoso incluso para eso, aunque tengas la salchicha llena de pelos.
-¡Max!-grité molesto.
-¿Qué? A ver cuando lo podas un poco.-lo agarré por el cuello intentando asfixiarlo.-¡Hizaki que me despeinas!
-¡Te voy a despeinar a hostias!-grité molesto.
-¡Sólo te he dicho que rasurado gusta más!-dijo aquello en voz alta, y tan alta, varias personas se giraron hacia nosotros.
Me aparté de Max con rapidez quedándome rojo y con la vista pegada a los bancos. Él se reía a carcajada casi sin poder parar, creo que le dio el estúpido ataque de risa ante mi comportamiento infantil y atolondrado. Se acercó a mí y me tomó del mentón con una sonrisa en sus labios, esa maldita boca que soltaba verdades más duras que sus puñetazos.
-Max.-mascullé temblando.
-¿Qué? ¿Te avergüenzas?-interrogó y me enganchó de nuevo.-Piensa algo Hizaki el cuerpo humano es algo natural y sólo nos vestíamos para resguardarnos del frío.-decía aquello con total convicción, pero tenía razón.-Ser naturista es normal y más en un joven sin complejos. Yo ya soy alguien viejo como dijo Hero y he pasado por algo que no se lo desearía a nadie, ni al peor de mis enemigos.
-Tu transexualidad.-murmuré quedándome serio y relajado. La voz de Max tenía esa capacidad en cualquier persona. Un tono neutral entre hombre y mujer, una sonrisa de canalla y una mirada clara tan profunda como las palabras que iba susurrando.
-Es un paso duro, más si lo haces en edad tardía. Todo el mundo te señala, te conoce, y la mayoría no lo hace con sanas intenciones.-tomó aire y lo dejó ir en suspiro profundo.-No sabes lo que es enfrentarte a un espejo que no te quiere, o tal vez no lo quieres tú. Gritarle a Dios que te la ha jugado y a veces perder la fe, como también perder la cabeza.-me dio un beso sobre los cabellos y rió.-¡Pero eso fue hace tiempo! ¡Ahora celebremos que estamos tú y yo en un campeonato para darnos de leches con todo el mundo!
Max siempre hacía eso. Siempre me hacía sentir como un mocoso. Creo que me quería parecer a él, a parte de mi padre él era mi modelo a imitar. No tenía miedo al defender lo que creía correcto, era justo y valiente. Siempre tenía una palabra amable, incluso para las personas que no habían sido afables con él. Un hombre que vivía el día a día como un milagro, como un auténtico don. No sabía si creía en Dios o había dejado de creer en él. A veces uno deja de creer en Dios por motivos como ese, porque la naturaleza hace lo incorrecto. Pero supongo que él seguía creyendo en que algo predestinaba todo, que la transexualidad tal vez le había hecho ser más fuerte y más hombre que todos los que estábamos allí. Veía el cuerpo como algo usual, los desnudos no le imprimían vergüenza o preocupación. Él estaba completo, él siempre había sido un hombre... uno de los nuestros.
Nos quedamos en silencio observando como las chicas luchaban. Creo que sus ojos no estaban en la técnica, sino en la parte superior de las competidoras. Era un maldito diablo del porno, siempre estaba con la palabra sexo en la boca fuera por broma o como “Gurú del amor”. No comprendía a las mujeres, creo que para él eran un mundo a parte, y solía decir que ni ellas mismas se comprendían entre sí. Sin embargo, sabía hacerlas sonreír y calmarlas cuando deseaban llorar. Se podía decir que era un pervertido con cierta capa de dulzura. Era el tipo de personas afables que parecían felices porque sí, pero él en el fondo era oscuridad y pura soledad. Supongo que su sonrisa y sus bromas maquillaban la realidad cruel que se presentaba ante él cada día.
-¿Con quién compites?-pregunté zarandeándolo un poco.
-Con Jorge.-dijo señalando a un chico el doble de alto y ancho que él.
-Te aplastará.-dije alzando mis cejas para luego fruncirlas.-Jamás le vi competir.
-Yo tampoco, eso es lo que me preocupa.-sonrió girando su rostro hacia mí.-No me preocupa lo grande que sea, ni cuanto pese, ni lo enormes que sean sus manos y ni mucho menos si trae su ejército de fanáticas para sacar pompones y jalearlo.-tronó su cuello y sus manos.-Me preocupa su técnica.
-¿De qué academia es?-pregunté con curiosidad.
-De la misma del otro mastodonte que te toca.-comentó indicándome mi contrincante.
-¿Qué carajo comen esos tios?-pregunté mirándolos.
-No lo sé, pero no creo que sea normal. ¿Has visto los brazos?-me preocupaba quedar hecho un cuadro de Picasso cuando tenía una cita en unos días.
-Sí, son como dos cabezas nuestras.-noté como me abrazaba y empezaba a dramatizar.
-¡Nos van a matar! ¡Vamos a morir! ¡Al menos dime que tú no eres virgen!-cuando dijo aquello le golpeé bien fuerte en la cabeza.
-¡Vete a cagar Max!-le volví a dar un gancho de derecha y él simplemente lo paró con una de sus manos.
-No gracias, ya fui al trono esta mañana.-alzó un dedo con su sonrisa característica.
Noté como una mano golpeaba mi hombro y luego el de Max. Al girarnos vimos a Vincent. Era uno de nuestros amigos en aquel gimnasio. Su aspecto era el de un chico de raza negra, pero en realidad era mestizo. Su padre era japonés y su madre cubana. Él tenía grandes habilidades como su rapidez y su aguante, sin embargo aún no había perfeccionado sus golpes.
-A vosotros os ha tocado los mastodontes, a mí el flacucho con cara de chupar limones.-comentó indicándolo con un movimiento de cabeza.
-Pero ese es de nuestro gimnasio.-murmuré.
-Sí, pero es lo que ha tocado. No me gusta pegarme con compañeros, nunca me gusta usar las técnicas que sabe mi atacante. Pero bueno, es algo que tenemos que superar.
-Eres un capullo con suerte, tú eres algo y grande... pero te toca el pringao que mide la mitad que mi pene.-cuando hizo ese comentario el chico lo miró con muy mala cara, Max sólo sonrió abierta mente haciendo la señal de victoria.
-Un día te partirán la boca.-mascullé.
-Me la han partido tantas veces.-dijo encogiéndose de hombros.-Una más creo que no se notará.
-Dejaros de tonterías, que el campeonato femenino ya acabó.-nos indicó Vincent.-El primero en luchar eres tú Max.
-Eso lo sé, lo sé.-comentó levantándose para quitarse la parte de arriba del conjunto.-Mi especialidad es el boxeo, el boxeo va antes que las artes marciales.-nos guiñó colocándose los guantes.-Recordar mi cara para que luego le digáis al cirujano plástico lo guapo que era.
Nada más subirse al cuadrilátero sonó la campana. Esquivaba bien los golpes, uno tras otro. Ese hombre no se cansaba. Creo que deseaba aplastarlo allí mismo. Los músculos de Max demostraban que estaba en tensión, que deseaba golpear bien duro. Se movía con agilidad, una destreza increíble, su oponente era más pesado y tardaba en dar los golpes. En uno de esos giros pesados le dio bien con la derecha y luego con la izquierda. Max era ambidiestro y se le daba bien machacar al oponente con ambos brazos, usaba los dos con la misma certeza y brutalidad. Sin embargo, eso no era suficiente. La rabia no terminaba de surgir.
-¡Machácala! ¡Es una puta tia! ¡Machácala como dijo nuestro entrenador!-eso me hizo gruñir bajo, escuchar esas palabras del capullo que tenía que enfrentarse a mí me sacó de quicio.
-¡Maldito hijo de puta! ¡No es una mujer!-dije siendo sostenido por Vincent mientras me enfurecía más y más, no tenía control. Estaban burlándose de mi amigo, de uno de mis mejores amigos por no decir el mejor de todos.-¡Max! ¡Mátalo! ¡Quiero su cabeza! ¡Max!
Me di cuenta como golpeaba, daba golpes aún más fuertes y certeros. El tipo al final cayó. Un sólo asalto. Le duró un sólo asalto. Hizo que cayera redondo inconsciente. Tuvieron que llamar a los equipos de emergencia que estaban fuera del gimnasio. Estos tan sólo dijeron que debían llevarlo al hospital, puesto que parecía demasiado aturdido tras golpearse bien duro la cabeza contra el suelo del cuadrilátero.
-¡Y el ganador es Max!-dijo alzando su brazo izquierdo y él solo miró al público con una mirada propia de un dios. Esos ojos fulgurantes le daban un toque divino, casi imbatible.
Se bajó y caminó hacia el lugar donde estaba el repartidor del agua para los competidores. Se echó una botella encima y subió hacia donde estábamos subidos, pero se giró y subió de nuevo al cuadrilátero. Agarró el micro del juez y miró a los presentes.
-¡Si alguien más tiene dudas sobre mi masculinidad que me lo diga! ¡Encantado los mando junto a ese a la UVI!-gritó a pleno pulmón haciendo que todos se quedaran en silencio.-¡Y tú capullo si no te parte la crisma mi compañero lo haré yo mismo, con mis propias manos!-devolvió el micro y ya si subió hacia las gradas sentándose aún resoplando.
-Hizaki prométeme que actuaras con la mente clara.-dijo Vincent aún sin soltarme.
-Quiero arrancarle la cabeza a ese capullo, deseo que ni su madre lo reconozca cuando vaya a su funeral.-gruñí y vi a mi hermano venir hacia nosotros.
-¡Eres mi héroe!-gritó abrazándose a Max.-¡Como pegas! ¿Tú me defenderás cuando me peguen?-preguntó mirándole a los ojos.
-Estoy sudado niño.-dijo sentándolo a su lado.-¿Quieres que vayamos a comer helado luego?-comentó revolviéndole los cabellos.
-¡Helado! ¡Helado!-gritó de nuevo aferrándose a él.
-Yo cuidaré de tu hermano, tú cuídate ahí abajo.-fueron las últimas palabras que escuché antes de ir al rin.
Yo era otra categoría distinta, era competición de Akido. Mi oponente subió al cuadrilátero y yo me quité la parte de arriba del kimono. Miré con furia al tipejo y empezó a recibir bien fuerte. A mí me golpeó en la boca, hizo que mi labio sangrara, pero él se quedó para el arrastre. Golpe tras golpe iba debilitándolo, destrozándolo, dejándolo bien magullado.
-¡Arráncale la cabeza!-escuché por parte de Max.
Mi último golpe hizo que cayera antes que sonara el primer tiempo. El tipo cayó desplomado y con el rostro hinchado además de todo el cuerpo magullado. Yo sólo tenía el labio roto y si me hubieran permitido hubiera seguido golpeándolo hasta romperme los nudillos. De nuevo una camilla tuvo que retirar al combatiente. No era normal esa furia en nosotros, se ganaba y nada más, pero esos dos habían hecho algo que era innoble e impropio de un lugar como aquel. No sabía como habían descubierto lo de Max, aunque tuvo algunos problemas al inscribirse hacía un par de años.
Al subir los peldaños me encontré con mi primer club de fans. Mis fans eran Max, Hero y Vincent. Los tres me jaleaban mientras me limpiaba el golpe con la parte de arriba del kimono.
-Tú ve a la enfermería.-me dijo Max.-En serio, yo cuido al chico.-dijo sentándolo sobre sus piernas.-¿Quieres saber el mejor golpe que se puede dar a un capullo como ese?
-¿En la entrepierna?-cuando dijo eso mi hermano él se echó a reír a carcajadas.
-Mira, no caí en ello.
Las competiciones se sucedieron unas tras otras. Cinco horas más tarde, tres burritos en nuestros estómagos, llegó la final. Max cayó con el anterior competidor, también de nuestro gimnasio, y yo llegué casi entero. Como pude luché por el título, entre las distintas academias y gimnasios, y lo conseguí.
Hero se divirtió de lo lindo. Parecía disfrutar de las peleas de otro, aunque él decía que no se sentía preparado para luchar. Yo sabía que era un gran atleta, si bien deseaba ir por otros derroteros. Al vencer él bajó corriendo por las gradas y se abrazó a mí todo orgulloso. No tuve muchos desperfectos en la cara, pero sí en el cuerpo. Reconozco que me dieron una buena paliza los cinco con los que luché. Si bien, lo agradecí.
Max simplemente estaba con un ojo morado y un labio roto, el cuerpo casi perfecto. Vincent si bien estaba hecho un cristo. Pero era la diversión sana, o no tan sana, a la que nos entregábamos en cuerpo y alma.
Comimos en un puesto ambulante que habían montado frente al gimnasio, lo hacían cuando había este tipo de competiciones. La verdad es que jamás había comido tan barato y tan bien. Fueron unos burritos que jamás he olvidado, los mejores que comí en aquella época. Últimamente me alimentaba de comida precocinada, echaba de menos a Clara y sus guisos.
-¡Quiero helado! ¡Celebremos con helado!-gritó Hero alzando los brazos cuando nos marchamos hacia donde estaba el resto.
-¡Helado de chocolate!-exclamó Max como un niño pequeño.
-¡Comeremos helado! ¡Helado!-los dos a la vez parecían dos malditos críos.
Vincent y las chicas reían a carcajadas mientras yo intentaba no reír porque me dolía el labio. Fuimos todos en grupo a por unos helados, después llevé a Hero a casa con mi madre. Clara me cuidó el labio y dijo que un día me destrozarían la cara que tenía. Todo aquello hizo que el día se hiciera corto y olvidara que aún faltaba para volver a ver a Olivier.
Al llegar a casa me di una buena ducha y me tiré en la cama. Me acosté sin vestirme, desnudo como estaba, por culpa de no tener instalado aún el maldito aire acondicionado. Desperté varias veces y deambulé por la casa observando el reloj, parecían no moverse las malditas agujas. Una y otra vez fui a la nevera para sacar un refresco, agua, un helado, varios cubitos de hielo y por último un trozo de pizza que no me había comido el día anterior.
Nada más llegar la mañana llegó un calor más intenso. Al ser lunes llamé de inmediato a una tienda de electrodomésticos y rogué que se personaran rápidamente en mi casa, que pagaría el gasto de transporte y que me instalaran un aparato de aire acondicionado para tener refrescada la casa. Mientras no llegaban me di una nueva ducha y tomé un desayuno rápido. Al borde del medio día llamaron al timbre y en poco más de dos horas tenía la instalación completa que se regulaba en toda la vivienda. Me costó caro, pero no importó. Yo no podía con las temperaturas demasiado altas o bajas.
Faltaba un día para que él apareciese, un día para buscar una excusa para aparecer de la nada en su puerta y una disculpa elaborada. No tenía nada para disculparme, nada. Simplemente le quería para mí. No podía controlarme, por mucho que me dijera mi cerebro que me estuviera quieto mis manos se movían solas. Los impulsos eran más fuertes que la razón.
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